Ideas

Temas para reflexionar

Alexis de Tocqueville, el francés clarividente, el de los años 30 del siglo XIX, previó la pérdida de nuestros territorios. La llegada de los nuevos pobladores norteamericanos desplazaría muy pronto a los antiguos residentes mexicanos; no habría más de ellos en aquellas planicies interminables. Daniel Cosío Villegas, hace más de medio siglo, afirmó: “México caminará a la deriva perdiendo un tiempo que… no puede perder; o se hundirá, para no rehacerse quizás con una personalidad propia. Si México no se orienta pronto y firmemente, puede no tener otro camino que confiar su porvenir a Estados Unidos… dejando de ser México en la justa medida que su vida venga de afuera”. Estas palabras de 1947, ¿carecen de sentido en 2012?, ¿las desecharemos por extraviadas o las reconoceremos como premonitorias?

Por desgracia, no son pocos los funcionarios que han accedido a las responsabilidades públicas por la vía de la improvisación o el patrocinio del cortesianismo.

Vivimos en todos los órdenes una inconsciencia de los deberes éticos con la sociedad. Vivimos, ciertamente, una epidemia de los extravíos.

Carlos Enrigue, cáustico y certero en sus juicios, ha dicho que “los políticos, aunque casi nunca dicen la verdad, a veces lo hacen para ver qué se siente”.

Hace más de tres años fue acremente criticada la presencia del Presidente Calderón en un evento confesional de las familias, organizado por El Vaticano. Hizo, para tan solemne ocasión, gala de su catolicismo provinciano y recibió por aclamación el título de “presidente católico”. Citó, para subrayar su entrega y pertenencia de credo, todo un santoral empezando por su patrono San Felipe de Jesús, y a los santos colectivos describió como mártires de la persecución, es decir, los cristeros que mataban en nombre de Cristo. Nunca estableció el Presidente su distancia respetuosa como jefe de un Estado laico logrado a golpes de sangre por miles de mexicanos entre los que no se encuentra él mismo. Su actitud fue la de uno de los tantos feligreses sumidos a los dictados de su jerarquía.

Forman mayoría los gobernantes que priorizan la retórica sobre las acciones, y responden con discursos lo que en la práctica han sido incapaces de afrontar.

Todo es cuestión de olfato. “Huele y no ámbar”, díjole Don Quijote a Sancho cuando se alivianaba de sus necesidades fisiológicas. La frase, respetuosa y fina, se usa desde entonces para calificar lo perverso, lo turbio. Y Shakespeare hace decir a Hamlet que algo está podrido en Dinamarca, al describir alguna cosa dudosa o sucia. La frase fue cobijada por el uso común para expresar sospechas sobre cierta conducta o negocio.

Para la tradición judeo cristiana, todos al nacer somos absurdamente pecadores y culpables. Me pregunto: ¿De qué afrenta o transgresión?, ¿de qué desobediencia o atropello?, ¿de qué inobservancia o delito? Me aterra imaginar el silencio eterno de los espacios infinitos… eso los existencialistas del siglo XX lo definirían como la náusea, el absurdo, la nada.

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