Ideas

Temas para reflexionar

Casi nadie recuerda ya el Catecismo del padre Ripalda que nos leía nuestra madre cuando éramos niños. En él, se hablaba de las siete obras de misericordia que con el alud de los años casi hemos olvidado: dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al desnudo; visitar a los enfermos; dar posada al peregrino; visitar a los presos, y enterrar a los muertos... La caridad, entendida como el hecho de dar al que no tiene, se considera hoy en nuestros días como anacrónica, obsoleta. Antes la gente hallaba gozo en ser caritativa. Ahora están en uso razonamientos tales como aquel de no dar el pescado, sino enseñar a pescar; y se piensa que ayudar a quien lo necesita es función que corresponde a los gobiernos... Y sin embargo, sigue habiendo pobres. En ellos, los cristianos deberían ver a Cristo como uno más de los innumerables pobres para darnos la oportunidad de hacer el bien. Lo más difícil cuando se ha participado durante largos años en la actividad política, es saberse retirar con dignidad y a tiempo. Desde los albores de la historia, la mujer ha sufrido discriminación, marginación, por causas de mitos religiosos hondamente arraigados en eso que los sociólogos llaman “conciencia colectiva”. Ni siquiera la grandeza de María, madre de Jesús, libró a la  mujer de la maldición de Eva. Todas las iglesias cristianas prohiben que las mujeres realicen funciones religiosas que siguen siendo privativas de los hombres. La igualdad con la  mujer ha sido retórica declamativa. Nada más. Son conocidos los extremos de la brutalidad a los que puede llegar la animosidad política. El vocabulario político, aun el más intenso y partidista, debe emplearse con prudencia y moderación. De lo contrario, de la rispidez del lenguaje se suele pasar a la injuria abierta, a la confrontación primitiva, a la furia colectiva y, en casos extremos, al crimen. Quienes en su lenguaje habitual emplean palabras soeces, evidencian su regresión a las fuentes primitivas del habla, y deberían sonrojarse por su puntual alejamiento de una de las grandes riquezas de nuestro idioma: la de los sinónimos. “Tu dinero perezca contigo”, le dijo el apóstol Pedro al que quería comprar dones de Dios, hecho que se llama simonía, y que en el orden civil se llama peculado. Cuando se promulgó la independencia de Ecuador, en una de sus infestadas paredes de grafiti (de Quito) estaban estas palabras: “Último día del despotismo y primero de lo mismo”. Hace muchos años William Shakespeare lo profetizó: “La desgracia de estos tiempos es que los locos conducen a los ciegos”.
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