Se le llama... vocación
Por mis columnas escritas anteriormente sobre el penoso, deleznable, vergonzoso y ya desesperante conflicto de maestros con México, que es contra de México el enfrentamiento de graves, muy graves, gravísimas consecuencias, he recibido correos de “maistros” de la educación encorajinados, pesarosos y molestos considerando que con mis escritos atacaba inmisericordemente a muchos miembros de su gremio.
Otros, los más, por lo contrario, apoyando determinantemente el fundamento de mi opinión, dada la miserable situación de preparación, de conocimientos y capacidad de todos aquellos que manifestándose, pelean y patalean, cuando sus niveles para ser considerados auténticamente maestros distan con mucho de una tan preocupante como deprimente realidad, a sabiendas de que no están a la altura de los merecimientos para enseñar, REPROBARON estrepitosamente.
Se niegan a examinarse. Eso sí, exigen y reciben pagos y bonos, rechazando el esfuerzo de estudiar y prepararse para APROBAR…
Por la gramática y la ortografía en los mencionados correos, me daba cuenta de quiénes son de verdad, y quiénes no, inmersos en la mediocridad, politizando, agitando, saboteando y atacando a una niñez y juventud ausente por sus culpas de las aulas, hacen vislumbrar un futuro tristemente incierto.
¿Mi preocupación y dedicación a escribir del tema...?
Porque precisamente una de las vocaciones que es más digna de mi admiración y valorización es la docente.
Como alumno fui… Fui también maestro.
Supe lo que es impartir cátedra. La preocupación de 45 minutos de clase frente a pupilos y pupilas que midiéndome me obligaban a estar al día, presto y dispuesto para responder a lo cuestionado. Había, pues, que estar bien preparado.
Tuve la bendición, desde infante primero hasta universitario después, de tener maestros a los que admiré y algunos hasta veneré porque disfrutaba un sinfín de enseñanzas que dieron mucha luz a mis días.
Profesores y profesoras que no sólo transmitían sus conocimientos, consecuencia lógica de sus estudios y dedicación, que desbordaban VOCACIÓN entregados enteros a su labor de magisterio, que día con día se preparaban para estar actualizados y plenos de su capacidad docente.
Lo escribo porque reconozco —una enseñanza de vida— que entre los oficios más vocacionales, a no dudar, está el de maestro. Y más, muchísimo más, cuando las expectativas que ofrece no son ni el enriquecimiento, como tampoco los “reflectores” que dan el relumbrón que tanto reclama la enferma sociedad actual, cuando muchos de los valores, mírese por donde mirarse se quiera, han desaparecido.
Entrega, mucha entrega, total entrega va en la vocación de maestro. Y no sólo por lo que sabiendo enseñará, sino dándose por entero a sí mismo por la dedicación incondicional.
Muchos, muchísimos, un número vergonzante, fue el de REPROBADOS.
Creo fervientemente que a los maestros, a los buenos maestros, se les debe de pagar, y pagar muy bien. Mucho del futuro de una nación depende si las generaciones estudiantiles del hoy serán exitosas en el porvenir.
Lo que no es que los incapaces, los ineptos, los politiqueros de rebaño sindicalista, se adueñen de una ciudad desquiciándola, creyéndose tener capacidad y aptitud para enseñar, cuando es esto lo que rompe en añicos lo que se llama VOCACIÓN.
Y… PENSÁNDOLO BIEN.
Y… PENSÁNDOLO BIEN, reflexionen que vale más morir aprendiendo… que vivir ignorando.
Y que, si se educa a los niños, no será necesario castigar a los hombres...