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Salado Álvarez: Episodios y Memorias

La obra de Victoriano Salado Álvarez (Teocaltiche, 1867 - México, 1931) es inmensa y tal parece que en el archivo que sus descendientes entregaron hace unos cinco años a la Biblioteca Nacional todavía queda mucho por explorar, además del ingente número de artículos que publicó en muchos periódicos y que no han sido compilados. Es a José Luis Martínez, que tenía gran aprecio por la obra de Salado, a quien se debe un perfil muy cabal del escritor en la conferencia que leyó en Guadalajara en el centenario de su nacimiento (está en La expresión nacional), pero extraña que a últimas fechas, con la cantidad de investigadores que hay, no se haya emprendido un estudio serio y de largo aliento de un escritor tan notable aprovechando los documentos ahora disponibles.

Aun sin tomar en cuenta los dos volúmenes tempranos publicados en Guadalajara a finales del XIX, uno de relatos y otros de temas literarios, ni los miles de artículos dispersos, bastarían para dar a Salado un lugar importante en las letras mexicanas sus dos obras más conocidas: los Episodios nacionales mexicanos y sus Memorias en dos volúmenes, Tiempo viejo y Tiempo nuevo. Curiosamente, al revés de lo que sería de esperar, los primeros se publicaron directamente como libros, mientras que las segundas fueron compiladas póstumamente (1946) a partir de su aparición como artículos sueltos en los periódicos. Más tarde, en 1956 y 1957, la SEP editó las compilaciones tituladas Rocalla de historia y Minucias del lenguaje.

Los Episodios, una vista panorámica que va desde la última presidencia de Santa Anna hasta el final de la intervención francesa (1851-1867), son, según José Luis Martínez, “una de las obras maestras de la novela histórica y una de las empresas más ambiciosas de nuestra novelística. Su característica más saliente es su discreto equilibrio entre la información histórica y la ficción novelesca”. También los considera el maestro de Atoyac “una lección de técnica narrativa”, porque el hilo de los sucesos históricos es seguido, observado y relatado por una serie de personajes que siempre están presentes pero que (supuestamente) se van turnando a la pluma, con lo cual se obtienen puntos de vista distintos, muchas veces encontrados, con diversas técnicas narrativas (que incluyen por ejemplo intercambios epistolares) y desde diferentes sitios de observación. Gracias a tal recurso literario el lector puede, por ejemplo, ver “en directo” hechos como la defensa de Guadalajara del asedio por el general Miñón en diciembre de 1852, relatado calle a calle por uno de los combatientes, el (ficticio) Juan Pérez de la Llana, quien llega a ser secretario particular del (auténtico) general Suárez y Navarro.

Resulta casi inverosímil que Salado Álvarez haya redactado los siete gruesos volúmenes de los Episodios en tan poco tiempo, de 1902 a 1906. Porque además de cuidar el aspecto literario, el autor tuvo que sumergirse entre libros y papeles de la Biblioteca Nacional, donde el también paisano José María Vigil le dio un cubículo, y se dedicó asimismo a entrevistar a muchos veteranos de la época, desde generales hasta soldados y civiles.
 

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