Que chasco
Que chasco. Sin duda eso pensó mucha gente cuando transcurrió el viernes pasado sin que se haya abierto el suelo o sin que cayera una lluvia de meteoritos y flamas infernales. Pero más allá del caso de que usted sea un amargoso, esté harto de vivir o que de plano haya excedido su margen de crédito a niveles bíblicos, a pocas personas les fue tan mal como a mi primo Eutiquio con todo este mitote del fin del mundo.
Y es que Eutiquio sí se lo había tomado muy en serio porque según él Maussan era como George Washington en cuanto a que ninguno de los dos dijo mentira alguna, y Maussan claramente dijo hace años que el fin llegaría el día veintiuno. Esto sucedió en un evento en el Teatro Galerías en una gala que incluyó a Jo Jo Jorge Falcón y a Taurus Do Brasil – que fue un poco vergonzosa porque el primo terminó orinándose en público sin estar verdaderamente hipnotizado. El caso es que desde aquél fatídico día el primo había estado comprando literatura apocalíptica en el Sanborns, lugar donde se suele reunir la crema y nata de la esquizofrenia mexicana.
Así, como con el Quijote, de tanto leer y en su caso tan poco pensar, comenzó a enloquecer y a ver mensajes por todas partes, mensajes que solo confirmaban sus propios prejuicios y le indicaban que él era el elegido para liberar a las energías atrapadas en formas corporales mediante un suicidio masivo. Esto último ciertamente no es fácil de digerir para nadie que no cargue un problema psicológico serio, pero en el caso de Eutiquio no sorprendió pues ya desde el kínder le daba por comerse el pegamento y meterse las crayolas en la nariz.
Pero una cosa es haber sido ungido por extraterrestres para una misión y otra convencer a un puño de incautos en suicidarse nada más porque tú dices que te mandaron decir. Y es que, por más que resultaran ciertas las profecías del peje sobre cómo todo va a valer gorro, a la gente al final le gusta estar viva pese a que se queje y no suele subirse tan fácil a un plan de esta naturaleza.
Ahora bien, aquí en Guadalajara el primo sabía que no iba a convencer a nadie, no porque falten locos sino porque esos locos tachan de menso al primo por el principio de que nadie es profeta en su tierra. Por ello, el primo tuvo a bien viajar al sureste mexicano para ahí, desde principios de diciembre, empezar su misión evangelizadora y convencer a los iluminados que lo siguieran en un camino de luz y de energía positiva.
Al llegar a Playa del Carmen descubrió que no es tan fácil aquello de las conversiones, máxime que él no expulsó a las serpientes de Yucatán como sí lo hizo San Patricio en Irlanda. Es más, se le complicó el asunto porque a días de llegar comió una cochinita pibil que estaba mala y se tuvo que gastar una parte considerable de sus ahorros en rollos de Charmin y botes de Pepto Bismol.
Descubrió sin embargo que todo su rollo místico tenía normalmente más éxito con los extranjeros que con los paisas en una medida importante porque siempre intentó platicar con grupos de mirreyes y de lobukis que la verdad no se preocupan en lo más mínimo por su despertar espiritual. Estos extranjeros normalmente le hacían caso porque creían que el primo era muy profundo y porque no habían oído rolas de Godwana ni tenían el twitter de Alejandro Jodorowsky que era de donde el primo se pirateaba todas sus frases.
El caso es que ya para el día veinte había convencido a quince anormales que ya hacían decente aquello del suicidio colectivo. A todos se les veía seguros de sí y listos para viajar en la nave espacial invisible que el primo decía tener dispuesta – el maldito no tenía ni carro. Y para que quedara todo preparado se fueron en bola a comprar los aditamentos necesarios al Wal-Mart, donde como siempre, además de la lista que llevaban, terminaron comprando puras tonterías y ocho DVDs de lo mejor de Jordi Rosado que costaban catorce varos.
Lo que sí es que el ponche de veneno que preparó el primo se veía muy bueno. Y es que Eutiquio había sido barman en Vallarta y preparaba unas copas de nada de antología. Por eso, salvo el hecho de llevar veneno, el garrafón con el que entraron al complejo arqueológico de Chichen Itzá, fue la envidia de varias personas.
Ahí, ante la magnificencia del mundo maya, el primo pidió a sus fieles que hicieran un círculo y fue pasando vasos de plástico con veneno a cada uno de ellos. Entonces, cerrando los ojos les pidió a todos que se relajaran y cerraran sus ojos y que llegaran a un nivel de meditación equivalente a la cuarta vertical y que ya que sintieran la paz elemental se tomaran de Hidalgo el trago. El así lo hizo, lo lamentable fue que a la mera hora el resto del grupo decidió que no valía la pena y que probablemente los viajes energéticos se podían hacer de una forma que no involucrara una muerte horrible en el extranjero y se fueron yendo uno a uno mientras este menso repetía mantras a lo loco.
Afortunadamente el personal del INAH estuvo muy atento a todo esto y, en el momento en que lo vieron retorcerse como gusano, le acercaron un frasco de perfume de Espinoza Paz lo que hizo al primo vomitar el veneno salvando así la vida.