Nostalgia de la lluvia
Tal vez uno de mis personajes favoritos de la historia del cine (y de la historia en general) sea Orson Welles, el llamado “niño terrible” de Hollywood.
Burlón, imaginativo, brillante como pocos, Welles hizo de su vida un constante homenaje al asombro y como una abeja esquiva y molesta, dedicó muchos de sus esfuerzos a poner muy nerviosa a la sociedad estadunidense de su tiempo.
En 1938, hace una increíble adaptación de La guerra de los mundos de H.G Wells para la radio. Con tal realismo, que la gente ve literalmente a los marcianos asesinos por las calles.
RKO lo contrata entonces para escribir y dirigir libremente. Y fabrica un hito en la historia del cine; me refiero por supuesto a Ciudadano Kane (1941), esa mordaz y ácida crítica al sistema, y particularmente al magnate periodístico Hearst, inventor de la “prensa amarilla”, que lo persigue desde entonces sin descanso.
Tal vez el plano-secuencia más brillante de la historia del cine, de más de tres minutos de duración, se lo debamos a él, en la mítica Un toque de maldad (1958). Tan sólo esa escena tardó más de 15 días en ser construida y filmada, y quita el aliento por su perfección y brillantez.
Gruñón, testarudo, avasallante, Welles tiene un lado desconocido que lo hace, sí cabe, todavía más entrañable. Me lo contó mi padre y quiero compartirlo con ustedes.
Entre 1938 y 1942 vive en Hollywood con la lánguida Dolores del Río.
Parece ser que una tarde, en esa casa en las colinas que él había construido para ella, encuentra a Dolores frente al ventanal que daba al valle, meditabunda.
Welles le pregunta qué le sucede y parece que ella dice: “Extraño la lluvia de México”.
Orson estaba perdidamente enamorado de la diva. Y cuando a un genio le pasan esas cosas, es capaz de todo.
Orson, con ayuda de carpinteros, plomeros y tramoyistas de RKO pone manos a la obra sin que ella lo sepa.
A la semana escasa, de nuevo descubre a Dolores frente al ventanal, mirando al infinito.
—¿Extrañas la lluvia de México?— Le pregunta.
Y ella asiente con la cabeza lentamente, como si estuviera en escena.
Orson va tras el cortinaje y aprieta un botón.
Y llueve. Torrencialmente.
Toda la casa está rodeada por un ingenioso y complicado sistema que imita a la perfección, la visión de Hollywood sobre cómo son las lluvias mexicanas.
A la lluvia que cae detrás de las ventanas, se suman las lágrimas de Dolores del Río.
Y yo, me emociono enormemente al recordar esa historia.
Por eso, cada vez que llueve, mexicanamente, recuerdo al genial, único, inigualable señor Welles.