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Muchas gracias, Karmele

Por Rosa Montero

Tiene 33 años, es  veterinaria y nació en Bilbao. En 2003, siendo una mocosa, se le ocurrió ir tres meses a Indonesia, como voluntaria en los centros de rescate de animales salvajes. Ya saben, uno de esos trabajos altruistas que hacen de cuando en cuando los jóvenes más generosos. Lo que pasa es que la inmensa mayoría regresa; en cambio, Karmele Llano Sánchez se quedó. Lleva más de ocho años por allá, porque lo que vio la dejó impactada. El destrozo ambiental, el sordo sufrimiento de los animales.

De primeras, lo que más le impresionó fue el tráfico ilegal de especies; en los mercados de las principales ciudades de Indonesia se venden todo tipo de criaturas salvajes, porque tener un animal exótico en casa (y mejor si está en riesgo de extinción) da prestigio social. Sobre todo se comercia con dos especies de pequeños primates, los macacos y los lorises, unos pobres monitos que la gente tiene encadenados en sus casas o apresados en jaulas enanas y oxidadas. Es una situación lacerante que conmovió a Karmele. Buscó financiación y la encontró con una ONG inglesa, International Animal Rescue, para la que aún trabaja. Entre 2006 y 2007, venciendo la infinidad de dificultades que pueden imaginar, y con la ayuda de otros colegas, en su mayoría indonesios, Karmele creó en Bogor, Java, el primer centro de rescate y rehabilitación para macacos y lorises. Colaboran con el Gobierno, decomisan y acogen a estos primates, y, cuando es factible, intentan devolverlos a su medio. Hoy el centro de Bogor tiene 45 empleados fijos, y ahora mismo alberga unos cincuenta macacos y unos cien lorises.

Pero, con el tiempo, Karmele se topó con otro problema: la catástrofe ecológica que se está consumando en las islas de Sumatra y Borneo. La culpa, explica lúcida y aterradoramente nuestra veterinaria, es la industria del monocultivo de la palma aceitera, un árbol africano que ha sido exportado al sudeste asiático y está acabando con las selvas de la zona. El aceite de palma se utiliza para hacer biodiésel, un término lastimosamente equívoco. La supuesta menor contaminación de esos combustibles está originando un desastre ambiental, porque la deforestación brutal y la quema de los bosques para plantar la palma ha provocado un aumento global de los gases invernadero. Por no hablar “de los daños irreversibles que la deforestación está produciendo en estos ecosistemas únicos”, dice Karmele. Indonesia es, o quizá era, el segundo país con más biodiversidad del planeta, después de Brasil.

A causa de la brutal deforestación, en fin, los orangutanes, esos grandes simios tan inteligentes y tan próximos en todo a los humanos, pierden su hábitat y son cazados con más facilidad: matan a las madres y utilizan a las crías como mascotas… En Borneo, Karmele empezó a encontrar orangutanes que llevaban muchos años encadenados. “Así, a mediados de 2009, conocí a Jojo, una de las historias que más me han impresionado”. Jojo tenía doce años y se había pasado más de una década encadenado por el tobillo a un palo, sin techo, encima de un desagüe y con una cadena de sólo treinta centímetros. Karmele llegó hasta él porque los colegas de una ONG, compadecidos, le pidieron que le tratara. Jojo había crecido por encima del grillete de su pierna, de manera que el cepo se había hincado en la carne, haciéndole una herida bastante profunda. Karmele le quitó el hierro y le curó, pero, como no había ningún centro de rescate en la provincia, después no tuvo más remedio que ponerle la cadena en el otro tobillo y dejarlo allí: “Nunca olvidaré su mirada de súplica…”.

De nuevo este sufrimiento agónico y absurdo hizo que Karmele se movilizara hasta conseguir financiación para crear un nuevo centro, esta vez en Borneo, que todavía está en construcción. En dos años han rescatado más de cincuenta orangutanes, entre ellos al pobre Jojo, al que la veterinaria fue a buscar a finales de 2009 y que ahora vive felizmente en el refugio. En estos momentos tienen 44 orangutanes, aunque las instalaciones son temporales y están intentando edificar una clínica, una zona de cuarentena y otras dependencias. Hay veinte empleados que, sumados a los del centro de Java, hacen un total de casi setenta personas, todas ellas locales menos una alemana, una malaya y una noruega. Y todo esto lo ha conseguido Karmele con el reto añadido de ser una chica joven y europea en un país musulmán. No tengo palabras para definir a esta mujer, a esta fuerza de la Naturaleza. Personas como ella son la sal de la Tierra: convierten este mundo en soportable. ¿Podemos ayudarla? Desde luego: se puede mandar dinero a Indonesia (titular de la cuenta: YAY. IAR INDONESIA; nombre del Banco: BCA;  dirección del banco: KCP. KETAPANG--JL. MT. HARYONO—KETAPANG—INDONESIA; número de cuenta: 8955018288; Swift code: CENAIDJA; o bien se puede entrar en la página www.internationalrescue.org, y hacer pagos por Paypal a la ONG inglesa de la que depende. Muchas gracias, Karmele.
 

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