Modest Mussorgsky, un pintor musical
Por: Francesco Milella @FranMilella
En 1874 la muerte truncó definitivamente la prometedora carrera de Viktor Hartmann, un joven arquitecto y pintor ruso cuyas obras habrían pasado totalmente desapercibidas si no hubiera sido por su íntimo y brillante amigo Modest Mussorgsky: inspirándose a una serie de cuadros y dibujos del mismo Hartmann, en pocos meses este gran compositor logró terminar “Cuadros de una exposición”. Se trata de una serie de cuadros musicales o, más bien, de descripciones en notas de algunas de las más bellas obras del pintor fallecido. Alternando de vez en cuando una elegante y aristocrática “promenade”, misma que abre toda la obra, el compositor ruso, a través de cada cuadro, no solamente nos da un fascinante ejemplo de cómo la música es capaz de traducir el lenguaje iconográfico, hazaña que pocos genios de la música han logrado. Mussorgsky va más allá: cada “cuadro musical” es un pequeño mundo, autónomo y fascinante, tierno como los niños que juegan en la calle en “Tuileries”, o majestuoso como el final de “La Gran Puerta de Kiev”; triste y melancólico como el trovador que toca su canción en “El Viejo castillo”, irónico y trágico al mismo tiempo como la conversación entre dos judíos, uno pobre y uno rico, en “Samuel Goldenberg y Schmuyle”; pesado y vulgar como el carro de los campesinos polacos en “Bydlo”, tenebroso e histérico como la famosa “Baba Yaga”, la bruja mitad mujer mitad reloj; divertido y simpáticamente ruidoso como las comadres chismeando en el mercado de “Limoges”. En fin, muchos micro mundos, perfectos y teatralmente autónomos, diferentes entre ellos pero siempre y continuamente impregnados de colores y sabores típica y maravillosamente rusos: fríos y severos como las estepas orientales, vivos e intensos como los iconos religiosos de las iglesias locales, tiernos y oníricos como sus viejas leyendas populares.
La versión más conocida de esta obra sigue siendo la hermosa e inteligente transcripción para orquesta que Maurice Ravel realizó en 1922, logrando resaltar los fascinantes matices de la partitura original pero perdiendo el mensaje que Mussorgsky nos transmite en su versión para piano, casi totalmente desconocida al gran público. Se trata de una versión un poco más breve, pero al mismo tiempo más intensa, íntima, personal y, por esta razón, más teatral que la de Ravel: con un solo piano, sin violines o saxófonos, Mussorgsky parece casi tomarnos de la mano y enseñarnos a cada uno de nosotros los cuadros de su exposición. Este sábado 21 de febrero, el gran pianista Jorge Federico Osorio nos dará la oportunidad de revivir esta experiencia en la hermosa sala del Degollado. Con su piano, nos acompañará a través de los cuadros musicales del gran compositor ruso para revivir la auténtica y fascinante magia que se esconde en esta gran partitura.