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Los best sellers

Cuando Frédéric Rouvillois, profesor de derecho constitucional, decidió escribir un libro sobre los grandes éxitos editoriales (Une histoire des best-sellers, Flammarion, 2011), partió, según lo confiesa, de un prejuicio: que los que más venden es porque necesariamente escriben “para todo el mundo”, y por lo tanto que habría una conexión entre la escasa calidad de la obra y su éxito en librería. Pero pronto cayó en la cuenta de que los best sellers son un fenómeno muy complejo y que sería absurdo afirmar que los libros que alcanzan esa categoría son todos buenos o todos malos.

Dice Rouvillois que el término best seller se usó primero en Estados Unidos en 1889, aunque el fenómeno en sí ya existía también en Europa con el capitalismo editorial centrado en grandes tirajes y grandes ventas. Por ejemplo, en Francia, desde la primera mitad del XIX hubo casas editoriales importantes como Hachette, fundada por un señor que tenía una intuición muy certera para “fabricar” best sellers y desde el principio entendió que había que vender libros en cierto sentido “al mayoreo”. Es decir que la cosa ya existía antes del nombre que se le dio.

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Pero afirma el autor que el punto de inflexión puede ubicarse en 1852, cuando se publica en Estados Unidos de La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, que probablemente fue el primer best seller mundial. Tuvo un éxito gigantesco también en Europa, y por ejemplo en los años siguientes a su publicación original se vendían en Francia cuando menos once traducciones de la novela. Fue el arranque de un fenómeno inédito: por vez primera, el éxito mismo se convierte en el mejor argumento de promoción de una obra. En esa época, la de Napoleón III, era en París el libro que todo mundo tenía que haber leído, aunque algunos escépticos, como Flaubert, decían que los números no significaban ni calidad ni interés. >

Por supuesto, señala Rouvillois, que hubo libros de gran éxito en épocas anteriores: Gargantúa, aparecido en 1535, tuvo nueve ediciones; el Quijote también fue un caso especial, pues tuvo desde el principio una difusión internacional. Su primera parte se publicó en España a principios de 1605, y ya en el verano de ese año se editó en Lisboa, se difundió por los reinos americanos, en Flandes y en Italia. En 1612 Thomas Shelton hace la primera traducción al inglés, seguida dos años más tarde por la traducción francesa de César Oudin (reeditada trece veces en medio siglo). Y hubo antecedentes ilustres en el siglo XVI, como las obras de Tomás Moro, Erasmo, Rabelais o Montaigne. Pero el libro era todavía relativamente caro y difícil de obtener, y el público aún escaso. Todo cambia a partir del siglo XIX.

Los best sellers son impredecibles. Nadie habría apostado por El nombre de la rosa (1980) como tal. El editor estadounidense de la novela, Harcourt Brace, le dijo a Eco que ni de chiste vendería más de tres mil ejemplares de su libro. Pero vendió tan sólo en Estados Unidos más de un millón de ejemplares en cuatro años. >

*http://www.lexpress.fr/culture/livre/best-sellers-le-succes-litteraire-echappe-a-l-explication-rationnelle_1808747.html

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