Ideas

Las enseñanzas de la “maestra”

La forma como finalmente se resuelva el paradigmático caso de la tristemente célebre regidora con licencia del Ayuntamiento de Guadalajara, Elisa Ayón, vendrá a demostrar qué tan poderoso es “El Patrón”: si todo queda en la licencia solicitada al cargo y cuando mucho se llega a un juicio político que la inhabilite por uno o dos años, sin que se toque a ningún otro miembro de esa supuesta red de corrupción, quiere decir que “El Patrón” no es un personaje mítico sino real.

Para que “El Patrón” se convierta en una leyenda (así como Pedro Páramo o “La Llorona”), y se siga escribiendo con mayúscula, basta la impunidad. Para que ello no suceda la alternativa es: o se aplica la ley o no se aplica, con todas las consecuencias que de ello se puedan derivar.

Si la dama del florido lenguaje no encabezaba esa red de corrupción sino que era sólo una pieza de una estructura más amplia, castigarla a ella únicamente sería convertirla en “chivo expiatorio” para proteger a “El Patrón” y todos sus demás secuaces. Para evitarlo las investigaciones deben ir a fondo y castigar a todos los responsables.

Por otro lado, tampoco magnifiquemos las cosas: Elisas Ayón hay muchas y en muchos lados, como “Patrones” también existen varios en una infinidad de espacios, instituciones y estructuras gubernamentales. Una visión más realista diría que lo de Guadalajara no es el único caso de corrupción que existe en Jalisco y en México; y que la corrupción es una cultura coextensiva y corrosiva que cada vez se fortalece penetrando mayores espacios y actividades, sin que como sociedad hayamos sido capaces de hacer algo para atacarla. (Hoy nos enteramos de que el coordinador de los diputados federales del PAN también “vacuna” con el diezmo a presidentes municipales).

Este caso, y el de otras alternancias partidarias del pasado y del presente, nos recuerdan que los cambios de partido no generan ningún cambio de actitud en los gobernantes y que la no reelección para lo único que sirve es para producir “años de Hidalgo”.

De cómo se procese este asunto no sólo depende que el PRI pierda tal o cual cantidad de votos, sino la confianza y credibilidad de los ciudadanos en la democracia; en la alternancia partidaria; en las instituciones gubernamentales, y en los órganos encargados de procurar y administrar justicia. Como se ve, no es poca cosa. El daño causado y el que se pueda causar es inconmensurable.

El caso Guadalajara demuestra: 1) que las comisiones anticorrupción, mientras no tengan participación social y ciudadana, son una burla para los gobernados con tramoyeros a cargo del erario; 2) que el ciudadano se encuentra en una situación de indefensión ante políticos corruptos, porque las autoridades o son cómplices de ellos o sus “patrones”.

Urge una política de Estado que reencuentre la política con la ética y que dé al ciudadano no sólo facultades de denunciar a servidores públicos (en una lógica de irse a quejar de la policía con la policía misma), sino participación en los órganos e instancias encargadas de investigar y castigar actos de corrupción. Cuanto antes, mejor.
 

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