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La doble calle de las confusiones

Hace pocos días fue abierta, con bombo y platillo, una calle que hace mucho era indispensable para la movilidad del poniente de la ciudad. Se trata de la avenida Juan Palomar y Arias que conecta al sur con Rafael Sanzio y va desde la avenida Vallarta hasta el anillo periférico. Por motivos que en ciudades civilizadas y con autoridades efectivas serían ridículos, duró años terminada y trunca. Permanecía secuestrada en un tramo gracias a líos legales que, se demostró, podían ser arreglables con relativa facilidad. Los daños que esto causó en términos de contaminación, horas-hombre perdidas, desperdicio de combustible etc., son muy cuantiosos, aunque parezcan difíciles de calcular. La ineficiencia y la falta de gobernabilidad, mezcladas con intereses particulares salen muy caros. Pero en fin, ahí está la calle.

De Vallarta hasta dos cuadras al norte de Naciones Unidas es una vialidad descongraciada pero común y corriente: con vecinos, ventanas y puertas, entradas y salidas, peatones. Pero de allí en adelante es (como el final de Naciones Unidas) el reino del “coto”. Larguísimas bardas agresivas y hostiles, y después de dilatados trechos, una caseta de gendarmes. Nadie camina, no hay una ventana desde la que alguien pueda darse cuenta si están asaltando a un transeúnte en la banqueta. Si a alguna señora con niños se le descompone el coche no hay nadie a quien pedir ayuda. Un páramo. Un desastre urbano. Bravo.

Por si fuera poco, la vialidad estuvo diseñada como una carretera. Haciendo, sin la menor contemplación, un tajo por una parte muy sensible en varios sentidos del castigado Valle de Atemajac. Los parajes que atraviesa son importantes captadores hidráulicos, y solía haber múltiples arroyos que se han ido, casi en su totalidad, cegando. Los lomeríos han sido aplanados o rellenados, destruyendo una riqueza ecológica y paisajística que no volveremos a ver. Porque son los últimos (casi) que quedaban.

El gobierno debe gobernar. Así, es esperable y exigible que lo que queda de los lomeríos sea respetado al máximo. Los planes parciales para eso sirven. No se está hablando de que los terrenos no se desarrollen y sus propietarios no saquen un razonable provecho. Se trata de obligarlos a tener una huella construida muy limitada y a que respeten al máximo la topografía y el paisaje. O sea: hacer torres en vez de plastas de casas. Determinar que haya usos mixtos y frentes de calle con vida. Etcétera.

Y luego la confusión: hay dos calles Juan Palomar y Arias en la ciudad (la que arriba se menciona y AntesYaquis. Distan unos pocos kilómetros (3.5) una de otra. Las dos empiezan en Vallarta, corren hacia el norte, tienen camellón y (si no fuera por el secuestro de un pedacito de AntesYaquis por una institución educativa que impide la liga con Acueducto) las dos llegan hasta el periférico. El ingeniero por el que se nombraron así las dos calles (que, incidentalmente, es abuelo de quien esto escribe) no hubiera estado nada contento por este disparate. Pero las circunstancias, que sería prolijo relatar, así lo determinaron ya que Juan Palomar y Arias había muerto. JPA siempre se opuso al cambio arbitrario de nomenclaturas arraigadas en la población. Y más se oponía a la falta de sentido común.

Total, es asunto consumado. ¿Qué hacer para remediar la confusión? El hecho de que las calles que nos ocupan estén en diferentes municipios, que son parte de una sola gran ciudad, no podría ayudar, ya que la generalidad de la población ignora los límites municipales. Se podría entonces distinguirlas claramente diciéndoles: JPA oriente y JPA poniente. ¿O qué sugerencia habría para remediar una confusión que afecta a tanta gente?

Y, volviendo a la recientemente abierta avenida JPA, es indispensable una efectiva planeación territorial, urbana y arquitectónica del contexto natural que queda para evitar la consolidación del actual horror.



 

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