La “Corona mexicana” de Montserrat
Para Montserrat Garcés Peregrina, con mucho cariño.
Obviamente que esta información, que seguramente muy pocos mexicanos conocen, no seremos ni más ricos ni más pobres. Cuando mucho podremos apantallar a locales y foráneos si algún día vamos a Cataluña y, más aún, si decidimos visitar su santuario principal: el monasterio benedictino construido a partir del año mil 200 en una cueva de la emblemática montaña de Montserrat (“Monte serruchado”), llamado así por su forma peculiar.
Se yergue solita, hasta una altura máxima de mil 234 metros y formando un óvalo de unos 25 kilómetros de perímetro, en una gran planicie que, según restos paleontológicos, debe haber cubierto hace mucho el mar Mediterráneo. Pero también la montaña y sus alrededores revelan presencia humana desde hace unos seis milenios y afamado culto a la Virgen María —hoy llamada de Montserrat— parece haberse iniciado hacia 888, aunque la románica imagen debe haberse construido en el siglo XII. Es una virgen morena, pero el color no es original sino por haber estado expuesta durante tanto tiempo al calor de cirios y velas. El niño que tiene sentado en sus mulos, en cambio, es de principios del siglo XIX. Desde hace poco más de 100 años el día de su festejo principal es el 27 de abril.
Al principio dependió el monasterio de los monjes de Ripoll, pero su rápido crecimiento y enriquecimiento hizo que, en 1409, Benedicto XIII le concediera su autonomía.
Documentos de épocas posteriores refieren que, al final del siglo XVIII, había acumulado un tesoro de gran importancia, en el que destacaban tres piezas. El trono de plata que servía de sitial a la imagen, regalado por la adinerada familia Cardona, de la que varios miembros anduvieron por el noroeste mexicano en diferentes épocas. Luego se contaban dos coronas: una era llamada “la rica”, hecha durante 20 años por un monje de la orden, que tenía un peso de “una arroba y media” y estaba hecha de oro, perlas, esmeraldas diamantes, zafiros y rubíes… pero la otra era considerada la más rica de todas las piezas que constituían aquel tesoro. Le llamaban la “Corona mexicana” y había sido un regalo de catalanes residentes en México durante el siglo XVII. No he podido averiguar nada más todavía en cuanto a su procedencia, pero sí nos dice el inventario que se hizo a fines del siglo XVIII que era de oro, esmaltes y ¡dos mil quinientas esmeraldas!, la mayor de las cuales era del tamaño de un huevo…
La mayor parte tales riquezas desaparecieron del monasterio durante la invasión napoleónica, entre lo que se carrancearon directamente los soldados franceses y lo que se avanzaron quienes les hicieron frente y a la postre lograron regresarlos a su tierra. Posteriormente, lo que sobrevivió a estos avatares, cambió también de manos durante las “revoluciones” de católicos contra más católicos habidas durante la primera mitad del siglo XIX, pero si queda el recuerdo fijo de que la “Corona Mexicana” fue sustraída por solados de Napoleón.