Ideas

Jalisco: los tables, los mochos, los morenazis... y el futuro

Por: Salvador Camarena

@salcamarena

Primero un chiste, cortesía de la exdirectora de la FIL Nubia Macías: Dos tapatíos que mueren simultáneamente llegan a las puertas del cielo. Tocan. Les abre San Pedro. “Hola, ¿de dónde vienen?”, pregunta el barbado santo. De Guadalajara, contestan los recién llegados. “Hmmmm”, responde San Pedro, con evidente hastío. “Pues pasen. A ver si les gusta”.

Bromas aparte, los tapatíos están —en efecto— muy orgullosos de su ciudad, pero salvo que a ellos les resulta bonita, entrañable, única, etcétera, ¿hay algo hoy en Guadalajara que garantice que en el futuro este lugar gozará de prestigio? Y al hablar aquí de Guadalajara me refiero a un factor de identidad que le es propio a la ciudad capital, pero que rebasa los límites metropolitanos de la misma, resumiendo en buena medida la forma en que son, y en que son vistos, los jaliscienses en general.

Para responder a la pregunta aquí planteada se puede comenzar con un ejercicio de memoria. Tan sólo en este año, Jalisco ha sido noticia a nivel nacional por escándalos tan lamentables como el protagonizado por un oportunista senador que hace de una visión conservadora de la familia una moneda para avanzar políticamente, por unos tarados neonazis, y por unas prostitutas en una fiesta panista en Puerto Vallarta.

Es obvio que esta síntesis es reduccionista. Se requeriría de un meticuloso estudio para calibrar en qué medida hoy Guadalajara y Jalisco son identificados por un chato conservadurismo y por escándalos tan lamentables como los protagonizados en un pasado nada lejano por el exgobernador Emilio González Márquez.

Sería injusto decir que a la Guadalajara de 2014 la representan los morenazis panistas o los dolores de cabeza (megadeuda y desarrollos inmobiliarios fallidos) de la cruda de los Panamericanos. Pero a falta de una narrativa que exponga claramente una identidad moderna es legítimo cuestionar qué es lo que sí representa hoy a Guadalajara.

Hace meses, en los días en que el Atlas fue vendido a un empresario de la capital, oí en Guadalajara un lamento: ¡Cómo es posible que un club tradicionalmente tapatío se lo haya quedado un chilango! Nada me parecía más tapatío que escuchar la queja precisamente de quienes forman parte de una clase que no supo administrar exitosamente a ese club. Lo mismo aplica a Chivas, equipo en manos de un empresario que nunca entendió la importancia del símbolo que posee, que nunca supo la relevancia de esa institución. Y estamos hablando de mucho más que futbol.

Mientras otras regiones libran batallas para renovar su identidad (en octubre habrá una nueva edición de Tijuana Innovadora, esfuerzo que en pocos años ha logrado incidir en dotar a esa frontera de mucho más que su leyenda negra), Guadalajara luce, desde mi punto de vista, extraviada en lugares comunes tan trillados como el mariachi y el tequila. Y apostarle sólo a ferias mercantiles, incluida la Internacional del Libro, podría resultar demasiado poco de cara al futuro.

El lugar que presumía un alma de provinciana ha de actualizar sus factores de orgullo. Más cuando Nuevo León, que parece recuperarse de la ola criminal que la azotó, vivirá una pujanza energética. Más cuando el Estado de México se está beneficiando de esa tradición presidencial de consentir a la Entidad cuna del primer mandatario. Más cuando el DF, a pesar de Miguel Ángel Mancera, mantiene su carácter vibrante.

A los tapatíos puede que les guste mucho su ciudad. Pero desde el centro del país, lo poco que parece ocurrir ahí son escándalos protagonizados por policías abusadores (Zapopan et al), malos equipos de futbol y políticos retrógradas. Seguro ocurren ahí muchas más cosas, pero de entrada les urge vender algo más que folclor, tequila, tables y malas noticias.
 

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