Ideas

Huella indeleble

Para muchos de nosotros dejar una huella en el planeta durante nuestro efímero paso por aquí, es tal vez el mayor objetivo. Pocos, sin embargo, lo consiguen y uno de los que sí lo hicieron, de manera muy particular para la ciudad de Guadalajara, nos dejó la semana pasada. Hablo del empresario Benito Albarrán, un amante de los buenos automóviles, que entre sus legados deja la profesionalización de los talleres mecánicos en la ciudad, cuando todos los demás eran improvisados, de higiene dudosa, ubicación difícil y hacían trabajos que generaban desconfianza. Más que nada Don Benito, como le trataba la mayoría, dejó varias anécdotas a los que tuvieron el honor de convivir con él, muchas de ellas relacionadas con los autos.

Hombre fuerte de cuerpo y carácter, a Don Benito le gustaban los autos europeos sobre los demás. Uno de los coches que tuvo fue un Ferrari 365 GTB Coupé, mejor conocido como Daytona. Era un auto que exigía muy buenos conocimientos de conducción, cosa que sí tenía su dueño. Hecho en una época en que no existían las asistencias electrónicas, el Daytona —nombre no oficial pero que fue como quedó conocido el auto— tenía motor delantero con 12 cilindros y seis carburadores Weber. Para el año de 1970, era un auto con un poder que intimidaba mucho más que hoy en día lo hacen sus 352 caballos de fuerza. A pesar de la conocida pericia de Don Benito, un día conducía el auto en Inglaterra, donde vivía en esa época y en una de sus glorietas hizo un trompo que lo dejó mirando al sentido contrario. Por suerte el tráfico de entonces era mucho menos intenso y nada de malo pasó.

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Pero su verdadera pasión eran los autos británicos. Jaguar y Rolls-Royce eran sus favoritos. Los primeros los tuvo cuando aún disfrutaba la velocidad. Con ellos corrió en Guadalajara en el antiguo Circuito Madrigal, un autódromo urbano ubicado donde hoy se incrusta una colonia de clase alta en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Ahí también corrieron pilotos famosos, entre ellos Ricardo Rodríguez, uno de los hermanos que dan nombre el autódromo de la Ciudad de México. >

Vida bien vivida

Don Benito era conocido por su simplicidad y el gusto por vivir la vida al máximo. Amaba una buena charla con los amigos. Tenía, sin embargo, sus convicciones, gustos y certezas. En los años ochenta comenzó a disfrutar más la comodidad de los autos que su capacidad de correr. Como le gustaba lo mejor, obviamente se hizo propietario de un Rolls-Royce. En 1983 adquirió un Silver Spirit color rojo. Cinco años más tarde quiso ampliar su colección pero no podía decidirse entre un Rolls-Royce Corniche y un Bentley cupé turbo. Mejor compró ambos. Mantuvo los tres durante toda su vida, la mayor parte de ellos andaba sin placas o con placas que decía simplemente: Benito. Eventualmente lo paraba algún policía preguntando por la placas: “¿Para qué sirven las placas, oficial? Para identificar un auto ¿Cierto? Pues en este caso no es necesario porque si hago alguna tontería con este coche basta con multar al dueño del Rolls-Royce rojo, no hay otro en la ciudad”. Lo decía con una sonrisa que producía invariablemente otra igual en el oficial. Don Benito era un hombre de muchos amigos entre ellos gente como el cantante estadounidense Bing Crosby que acostumbraba a visitarlo en Guadalajara. >

En el Corniche, un precioso convertible blanco que era su preferido, en las laterales de cada puerta había un pequeño espacio para una copa y una de esas pequeñas botellitas de metal para licores. En la puerta derecha, donde estaba el volante, siempre había tequila, su bebida predilecta. Del lado izquierdo estaba el whisky favorito de su esposa.

En 2012, justo antes de conducir el primer Rolls-Royce de mi vida, platiqué con él por cerca de una hora y ahí me dijo: “Le compré a mi hijo un Ferrari. Para él está bien, pero a mí ya no me gustan los autos rápidos, yo prefiero la comodidad. Y no hay coche tan cómodo como un Rolls-Royce. Es, además, un ahorro, porque no tendrás que comprar otro coche en tu vida. No se descomponen jamás. En 29 años, a mí nunca me ha pasado que se descompusiera. Pero hay que mantenerlo”. >

Donde quiera que esté, seguramente Don Benito estará rodeado de amigos, viejos y nuevos como siempre los hizo. Seguramente algún día lo volveré a encontrar y le pediré, ahora sí, que me haga el favor de darme una vuelta en alguno de sus Rolls, junto con su eterno bigote negro, sombrero de igual color, algo de tequila y la sonrisa franca que siempre tuvo, mucho más si estaba al lado de sus queridos autos.

 

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