¡Honorabilidad, sí! ¿Desconfianza, quizás?
Por Xavier Toscano G. de Quevedo
Todavía seguimos en estos días recordando con admiración las hazañas y proezas de todos los atletas y deportistas, obviamente que principalmente los ganadores, en los recién terminados Juegos Olímpicos número XXXI de la era moderna. En donde, por cierto, ya para finalizar, cinco destacados jóvenes mexicanos —dos mujeres y tres hombres— lograron gracias a su “atrevimiento y esfuerzo propio”, pero sobre todo a sus grandes sacrificios, que la mayoría de las personas probablemente no estarían dispuestas a realizar, colgarse las anheladas preseas olímpicas, y que sus nombres estén ya escritos en la lista especial de los dioses del Olimpo.
Con los únicos, sagrados e imprescindibles principios de “Honor y Lealtad”, el Barón Pierre de Coubertin renovó el espíritu competitivo de la antigua Grecia, y en la actualidad esta magna justa reúne a miles de competidores que llegan de todas las naciones del mundo. Pero la idea y los sueños de su autor se ven empañados en ciertas ocasiones por la ambición de deshonestidad de algunos competidores, que en su afán de conseguir el triunfo, violentan y desvirtúan “El Espíritu Olímpico”, utilizando métodos y substancias prohibidas —nombrándose dopaje— para tratar de elevar su rendimiento, acto que da como resultado la descalificación e inhabilitación de quienes las utilizan.
Sin embargo, esta nociva práctica no es privativa exclusivamente de los atletas, ya que también en el espectáculo taurino han surgido casos de alarma en algunos festejos. Es así que recordamos uno muy lamentable que sucedió en la plaza de “Vista Alegre” en Bilbao, un 18 de agosto del año 2004, en donde trascendía la noticia de que se habían utilizado medicamentos o drogas para modificar el comportamiento de los toros lidiados. La denuncia fue presentada en su momento por el ganadero de San Martín, José Chafick, propietario del encierro, quien por aquellos años tenía su finca en la localidad de Azuaga, provincia de Badajoz. Obviamente que la noticia ocasionó alboroto en toda España por esos años, y la investigación de los hechos no se hizo esperar.
Al igual que en los Juegos Olímpicos, en la Fiesta Brava la utilización de sustancias que modifiquen el comportamiento de los toros también están prohibidas y deberán ser inmediatamente sancionadas, inclusive recordemos que en los reglamentos taurinos se destaca: “El Toro de Lidia constituye un elemento insustituible para el desarrollo del espectáculo, por lo que resulta indispensable el respeto que a su naturaleza corresponde, evitando las prácticas que de cualquier forma atenten contra su integridad y condición fenotípica y demás elementos que constituyen su morfología y naturaleza”.
Este problema de manejos fraudulentos en los toros, lo encontramos periódicamente en nuestras plazas; así que es importante que nos fijemos con todo detalle cómo se cuida, se protege y se vive el olimpismo, desde la antigua Grecia y hoy con el espíritu de Pierre de Coubertin, “El Honor y La Lealtad”, principios que deberían apropiarse en nuestra fiesta. Sí, pero estos se lograrán únicamente cuando esté de regreso en los ruedos el eje central del espectáculo, ¡Su Majestad El Toro Bravo!, que es único que marcará la legitimidad y verdad del espectáculo.