Guadalajara en verano
A principios de la década de los setenta se publicó en la colección SepSetentas (una que se desencuadernaba volando) el trabajo de Hélène Rivière d’Arc titulado Guadalajara y su región. La geógrafa francesa describe una ciudad del tercer mundo pero que mostraba un nivel muy aceptable de desarrollo urbano, gracias a un manejo sensato y eficaz. Guadalajara era una ciudad prometedora. Cuando a mediados de los noventa volvió a venir, en una conferencia en El Colegio de Jalisco y para disgusto de muchos, afirmó algo evidente: que la ciudad se las había arreglado para echarse a perder y convertirse en un auténtico desastre. Las causas de tal catástrofe urbana son archiconocidas y se han estudiado desde todos los ángulos posibles, lo cual no ha servido de nada.
El cine ayuda a revivir los paisajes y las ciudades de hace décadas, pero en el caso de los habitantes de lugares bien gobernados quizá no resulte algo tan nostálgico como para los de ciudades devastadas. Desde que existen canales de cable con películas mexicanas viejas es posible ver algunas que muestran un México extraordinario de los cuarentas, cincuentas, sesentas... la capital, como siempre, acapara todo, incluyendo el papel de escenario cinematográfico. Pero de repente es posible hallar a la vuelta del zapping la única película sobre Guadalajara de hace cincuenta años, la que se filmó en 1964 y que se llama Guadalajara en verano.
La buena noticia es que esa película completa ya fue subida a Youtube* por algún benemérito espectador. Para quien haya conocido entonces la ciudad, es un auténtico trip por el túnel del tiempo. Las vistas de la ciudad son lo que vale la pena de este churro, aunque resulte divertido en su deshilachada factura y su total inanidad. El argumento (es un decir) consiste en una serie de romances veraniegos de combustión espontánea entre gringos (sobre todo gringas) que llegan para un curso de verano y varios tapatíos, la mayoría de los cuales pertenece a una familia que vive en una casa alucinantemente cursi. La prole incluye un charro (David Reynoso), un aspirante a actor al que le roba la novia (Enrique Rocha) y una adolescente pesadísima que vive en la muina y que receta al público casi completa la horrenda canción aquella de Gigliola Cinquetti y parece dedicársela a un perro de peluche con bonete escocés.
Algo mejor podría haberse esperado de la dirección de Julio Bracho, de la cámara de Alex Phillips (la iluminación es fatal; las escenas nocturnas, como boca de lobo: quizás el formato no ayude) y de actores como Andrea Palma, Claudio Brook, Enrique Rocha o Fernando Soto Mantequilla, totalmente desperdiciados. De todos modos, hay momentos de respetable humor involuntario, como cuando Claudio Brook (un mamonsísimo profesor) canta Usted.
Pero Guadalajara, a la distancia, parece deslumbrante. Por bonita, por bien cuidada, por verde, por segura. Da gusto ver los edificios viejos y nuevos, las calandrias son calandrias (de las que no queda ninguna) y las fuentes son preciosas ¡y funcionan!
*http://www.youtube.com/watch?v=ZDeZtPgDV7o