“Excelentemente bien”
Una movida locutora de nuestra televisión, de cuyo nombre prefiero no acordarme, cuando hacía mi regular recorrido por toda la diversidad que alcanza la televisión que se encuentra en la casa de ustedes, captó mi atención porque en cuestión de segundos usó tres veces seguidas la palabra excelente.
Es característica de nuestra pantalla chica la tendencia a enaltecer sistemáticamente lo que ocurre y las cualidades de los que actúan. Pero me pareció que la dama aquella exageraba demasiado. Ello dio pie a que me entretuviera más de lo conducente y no tardé mucho en ver recompensada mi paciencia por resistir la sarta de banalidades “excelentes”, cuando llegó a decir que su entrevistado había obrado “¡excelentemente bien!”[sic].
Creo que el caso habla por sí solo no merece mayor análisis, pero sí acrecienta la preocupación por el deterioro del idioma que se provoca precisamente en los medios de comunicación.
Aquella vieja idea de que radio y televisión eran instrumentos formidables para “educar al pueblo” parece que se va por el caño porque muchas comunicadoras y comunicadores deberían pasar primero por un proceso de educación.
Si a quien va a manejar un automóvil se le exige que obtenga una licencia de conducción, creo que quienes son escuchados por miles de personas deberían de demostrar primero que saben hablar y no, como en el caso a que me refiero, solamente enseñar las piernas —de regular calidad, por cierto—.
Es cierto que la oferta de trabajo frente a las cámaras o simplemente de los micrófonos, ha crecido en los últimos tiempos, pero también lo ha hecho la población y el número de personas que saben leer, escribir y hablar con propiedad, aparte de que sobra igualmente quien pueda arrancar las orejas de burro —o de burra, en este caso—.
Voy a predicar con un ejemplo sencillo: hace 40 años fui un efímero y accidental director de la XEJB, radiodifusora cultural del Gobierno del Estado. No fue difícil detectar aparte de que políglota no soy, ni de lejos, que los nombres de compositores y autores extranjeros, los locutores los pronunciaban todos como si fuera inglés… No fue difícil convencer a un italiano, a un alemán, a un francés y a un ruso que nos dedicaran unas horitas para que los muchachos aprendieran un poquito de la pronunciación de cada idioma.
En menos de una semana se notó el cambio. Justo a tiempo, porque unos días después hubo otro cambio: el mío. Una de las locutoras también permutó después de estado civil y se fue a las tareas domésticas, pero con mejor pronunciación… los otros siguieron una buena carrera y hubo una que incluso es una de las mejoras locutoras del país todavía a la fecha.
>En suma, podemos concluir con aquel principio que no es aristotélico: “no tiene la culpa la india sino quien la hace compadre”.