Ideas

Espiar

Espiar es una palabra que asociamos con la guerra, y los mayores de  40 con la famosa guerra fría de los años sesenta hasta los ochenta. Pero la palabra es viejísima, existía en sánscrito, en griego (skopein) y en alemán (spähen) que es de donde llegó al español, y que significa ver u observar a lo lejos. La primera vez que la palabra “espía” apareció en un diccionario español fue en 1495 en “Vocabulario Español-Latino” de Antonio de Nebrija, pero la Real Academia de la Lengua Española la reconoció hasta 1732. A principios del siglo XIX la palabra se puso de moda: nunca como en aquellas primeras décadas de ese siglo se usó tanto la palabra espía. Luego cayó en desuso, pero las dos guerras mundiales la regresaron al escenario y desde 1960 con la guerra fría volvió a tomar vuelo y su uso no ha dejado de crecer desde entonces hasta la fecha (todos estos son datos de la RAE).

El espionaje ha sido, pues, una práctica cotidiana en el mundo desde hace siglos, pero siempre ha existido una especie de código no escrito de a quién se espía, qué toleramos las sociedades que se espíe y qué no. Si bien siempre ha existido un espionaje más allá de lo tolerado y lo tolerable (los políticos se espían permanentemente los unos a los otros) la sociedad acepta que se espíe al enemigo, sea interno o externo, real o imaginario. No tenemos empacho en que se espíe a ese “otro” socialmente construido como “el malo”.  En general, pues, aceptamos sin chistar que se realice espionaje cuando de lo que se trata es de la seguridad del Estado, cuando lo que está en riesgo es la nación.

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Por eso, cuando aparece en primera plana de The New York Times que el Gobierno mexicano espía a periodistas y activistas de derechos humanos la indignación no es porque el Gobierno espíe, sino a quién espía, a quién ha construido el Gobierno como su enemigo. Colocar a periodistas incómodos, defensores de derechos humanos o abogados de causas sociales en la lista de “los otros” es un despropósito, es confundir el Gobierno con el Estado, es un uso y abuso del poder y del presupuesto público para fines e intereses personales. Pero además espiar a sus familiares es de lesa humanidad; es, parafraseando a Monsiváis, una declaración patrimonial de la moral del Gobierno de Peña Nieto. >

El espionaje tiene dos fines fundamentales: adelantarse “al enemigo” u obtener información útil para chantajearlo. Espiar a los familiares, parejas, hijos, etcétera, solo puede servir para el segundo propósito y eso no podemos, no debemos tolerarlo.

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