“Esclarecidos”
“Esclarecido” es un ejemplo perfecto de palabra dominguera. Quien tuvo la ocurrencia de esculpirla en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres (“Jalisco a sus hijos esclarecidos”, reza la inscripción) no pensó en que la mitad más uno de quienes la leyeran se quedarían “in albis” (en blanco), como se decía cuando el común de los mortales tenía cierto contacto con el
latín.
Bien. Más allá del bizco mental que provoca la lectura del vocablo —cuestión de forma, al final de cuentas—, hay un asunto de fondo en el tema de los (y, desde hace unos años, también “las”) jaliscienses que acceden a un sitio en el monumento que las autoridades decidieron dedicar a quienes con el ejemplo de su vida se lo ganaron: los méritos de los inquilinos de ese recinto.
-II-
El tópico, en el caso, aplica a la perfección: en la famosa Rotonda, “Ni son todos los que están, ni están todos los que son”. Entre los que están, sin serlo, sobresalen tres o cuatro personajes, por lo menos, que se colaron al panteón de los beneméritos porque tuvieron “padrinos” que impusieron su candidatura a la soberana ley de sus pistolas; por una cuestión de “palancas”, pues. Son, en ese lugar de privilegio, reverendos “cachirulos”, como se designa en el dominó a una ficha colocada de manera chapucera… Entre los que son y no están, independientemente de los que tienen ya el rango de candidatos –Prisciliano Sánchez entre los políticos, José María Arreola entre los científicos, Consuelo Velázquez entre los artistas...—, hay notabilidades de la talla de Pepe Guízar (el compositor de la mundialmente famosa “Guadalajara”, que comparte con la Marcha Zacatecas la fama pública de “segundo himno nacional”) y —la más obvia de todas— Juan Rulfo.
-III-
Que para el traslado de los restos de cualquiera de los jaliscienses que merecen un sitial en la Rotonda se requiera la aquiescencia de sus familiares, se comprende. Que los de Rulfo hayan externado reiteradamente su negativa al respecto, es muy respetable…
Habría que ver, en todo caso, si el precepto legal que reglamenta el acceso de tal o cual personaje a la Rotonda, cancela la posibilidad de que, obviando trámites estériles, se coloquen las estatuas correspondientes de quienes, por aclamación, deberían estar ahí… (Aunque sea en la indeseable compañía de los tres o cuatro gatos que se colaron no precisamente por sus méritos, sino merced a las chapuceras maniobras de algunos lambiscones).
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