El voto al mejor postor
No es usual en este espacio publicar dos veces sobre el mismo tema, pero los cerca de 250 insultos que recibí el miércoles pasado bien merecen darle una segunda pensada a la compra del voto.
En el texto anterior hablaba del voto como una transacción en todos los órdenes y sugería que en un contexto de pobreza el hecho de intercambiar el voto por una utilidad concreta en lugar de una utilidad abstracta no es condenable (aquí es donde muchos saltaron y aventaron jitomates).
Eso no significa que defienda a los partidos que lo hicieron, al que ganó o a la institución que contó los votos. Fue una reflexión sobre el derecho absoluto a hacer con el voto un papalote.
Ahora bien, si la transacción que hace el votante es válida, ¿por qué está prohibido que los partidos compren ese voto?
Está prohibido porque genera inequidad en la contienda. No es que afecte a ese votante, es que afecta a los otros partidos (diablos, otra vez se van a enojar algunos). ¿Por qué? Porque el que más dinero tenga, podrá convencer a más votantes y con ello toda la idea de una contienda justa, con herramientas ideológicas para renovar autoridades en un sistema democrático, se viene abajo.
Ése es el meollo del asunto. No se vale que un partido entre con una ventaja que no está enmarcada en la ley. No se vale que compre propaganda que los demás no pueden comprar; por eso se prohibió la adquisición de publicidad en radio y televisión: no porque fuera malo per se, sino porque unos podían abrumar al televidente y otros no.
El problema de la compra del voto es que evidencia la capacidad económica que tuvo un partido para hacer lo que quisiera, en detrimento de las capacidades que tuvieron los demás. Al PRD no le alcanzó para hacer tantas transacciones, pero regaló tinacos en zonas vulnerables (miles en Iztapalapa, por ejemplo), mientras aseguraban que sólo con ese partido hay atención a los pobres. El PAN entregó tarjetas de débito en Azcapotzalco, para recibir dinero en un Programa de Atención Familiar (PAF), y el PRI llevaba camiones con cine a Milpa Alta y en lugar de gorras regalaba tarjetas para recargar el celular. Todo eso era una transacción.
¿Cuál es la diferencia? La cantidad. Todo indica que el PRI lo hizo en enormísima escala: lo acusan de entregar un millón 800 mil tarjetas de Soriana con mil pesos cada una, ¡sólo en el Estado de México!
El votante es un individuo racional y entrega su voto al mejor postor. Eso es normal. La fregadera está en que la pobreza obligue a poner por encima de la opción política la utilidad económica y en que el mejor postor resulta ser el que tiene ilegalmente más dinero para hacer esa transacción.