Ideas

El síndrome de la reina roja

Hay una enorme crispación en todo el país, sin lugar a dudas. Y no es algo que haya nacido espontáneamente.

Años de tolerar impunidad rampante, corrupción, transas y cochupos que se cristalizan hoy más que nunca en motivos válidos para la creciente indignación popular.

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Yo soy también uno de los indignados permanentes, en un país donde la justicia brilla por su ausencia y dónde surgen todos los días nuevos y más alarmantes casos que nos dejan a todos con el alma en un hilo. >

Y sin embargo...

El crecimiento desmesurado de las redes sociales y el acceso que se tiene a ellas, han generado una nueva suerte de ciudadano ofendido que se apunta a un bombardeo (como decía mi padre), sin ver en algunas ocasiones, más allá de la mera apariencia. Que oye sin escuchar y mira sin ver. >

Y que no logran, ya que la molestia es tanta y tan añeja, rascar un poco en la fina película de esa apariencia que cubre la realidad.

Me refiero a esos que le entran al linchamiento instantáneo, que repiten los dichos de otros sin averiguar, y que acaban avalando palabras o acciones que algunas veces están llenas de malas intenciones, aunque a simple vista dan la impresión de ser actos de elemental justicia. >

Vivimos tiempos de rumores. De terribles noticias no confirmadas que son repetidas alegremente, y de veredictos basados en la apreciación y no en el análisis y confirmación de los hechos puros y duros

Y que han llevado a violencias verbales que pueden compararse (si nos descuidamos) a la violencia que hoy se enseñorea en nuestras calles.

Tiempo de nuevas “Reinas Rojas” que desde el agravio (real o sólo aparente) gritan a la menor provocación, como en la novela de Lewis Carroll: ¡Que le corten la cabeza!

Y a veces, lamentablemente, no tienen ni peregrina idea de a quién, o por qué, hay que cortársela, después de tener la cabeza entre las manos y no saber qué hacer con ella (metafóricamente, por supuesto).

Es un coro nefando e irreflexivo que nos puede llevar a cometer excesos inigualables y sobre todo, irreparables.

En ese país, el de la Reina Roja, sus habitantes deben correr lo más rápidamente posible tan sólo por permanecer dónde están, pues el país se mueve con ellos.

Y algunas veces, detrás, se queda la verdad.

Que nunca corre tan rápido como el rumor...

Yo, no me sumo a ninguno de esos coros y los invito, de todo corazón, a evitarlos.

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