Ideas
El héroe que no fue
Desde el punto de vista semántico, un héroe es un hombre ilustre por sus hazañas o virtudes. En la mitología griega los héroes eran aquellos personajes que estaban por encima de los hombres pero no llegaban al rango de dioses. En la historia, los héroes son los personajes que encarnan la construcción del nacionalismo. En la práctica, un héroe es un personaje al que la muerte lo sorprendió en el momento correcto. No hay, pues, héroe que llegue a viejo. La cualidad más importante del héroe es morirse en el tiempo y lugar adecuados y, sobre todo, hacerlo por la causa correcta. Los Niños Héroes son nuestro mejor espécimen de héroes creados de mentiras. Durante muchos años se dijo que nunca existieron, cosa que hoy los historiadores sostienen que de existir, si existieron, de ahí a que fueran niños y que hubieran enfrentado solos a un ejército es otro boleto. Los Niños Héroes son producto del romanticismo del porfiriato. Amado Nervo fue el encargado de escribir, con toda la cursilería de que fue capaz, el poema “Los Niños Mártires de Chapultepec” (1903) cuyo estribillo, que se repite al inicio de cada una de las cuatro partes del poema épico reza: “Como renuevos cuyos aliños,/ un viento helado marchita en flor,/ así cayeron los héroes niños,/ ante las balas del invasor”. La cursilería es inmejorable. Al lado de los héroes niños había mil 200 sorgatones más, pero enfrente dos mil gringos furibundos. La masacre fue espantosa: una tercera parte de los compatriotas salió en graciosa huida, otros se rindieron y al menos 600 murieron, entre ellos los cadetes, que cayeron cuando trataban de huir de las balas del enemigo. Nuestro querido Juan Escutia, un niño veinteañero, nunca se enrolló en la bandera. De hecho la bandera fue capturada por el ejército enemigo y llevada como trofeo a los Estados Unidos, donde permaneció hasta los años setenta en que, en un gesto de buena vecindad, la regresaron a México. El nacionalismo revolucionario le dio una segunda vuelta de tuerca al mito de los Niños Héroes. Al cumplirse 100 años de la caída de Chapultepec, el entonces presidente Miguel Alemán quiso hacer virtud de la derrota y reinventó a los jóvenes cadetes. Muy al estilo de la época, consiguió seis cráneos, que muertos sin nombre era lo que sobraba en la época, y los hizo enterrar con bombo y platillo en un nuevo monumento. Pero la historia más divertida, según narra el historiador Alejandro Rosas, es la del séptimo niño héroe, el que quedó herido pero no murió. Bueno, no ahí, sino años después que fue mandado fusilar por Juárez, nada menos que el ícono conservador, el presidente Miguel Miramón. Si Miramón hubiera muerto con sus compañeros hoy gritaríamos su nombre al lado de Escutia, De la Barrera, Suárez, Melgar, Márquez y Montes de Oca. Pero aquella tarde “la bala del invasor” se equivocó y de la fortaleza de séptimo niño héroe nació el adulto traidor.