Ideas
¿Dónde te agarró el temblor?
Con aquello del día de la protección civil me puse a pensar en los temblores. A esto, las personas brillantes señalan que es necesario tener una verdadera cultura de protección civil. Cuando uno ve a los japoneses en sus ejercicios de evacuación de edificios cuando hacen simulacros de temblores no queda más que admirarse y soñar con una patria así de ordenada y de pujante. Lo más grave es que, según nos ilustran los más notables especialistas, México es un territorio eminentemente telúrico – no el personaje de Alejandro Suárez sino el fenómeno natural – y por tanto somos más proclives a dejar un moridero de cristianos a lo bestia. Pese a lo anterior no me acuerdo de demasiados temblores. Si bien me enteré del temblor del 85 por la canción de “¿Dónde te agarró el temblor?” la verdad es que estaba muy pequeño cuando sucedió y mis recuerdos más bien son las imágenes que pasan en la tele año con año de los edificios colapsados, de Plácido Domingo en las labores de rescate y en general de caras de confusión de toda la gente que estaba en la capital. Lo que si es evidente es que cuando aquí tiembla, la gente nos atarantamos a lo gacho. Uno puede pensar que sí se deba a la falta de práctica, como se comentaba en un inicio respecto de los japoneses, pero otras opciones puedan ser que tan sencillas como que: (i) los mexicas seamos brutos a secas; (ii) que somos tendientes al pánico colectivo; o que (iii) bajo la premisa de que la vida no vale nada, no nos le vamos a rajar a un temblorcito. Del que si me acuerdo fue del temblor de octubre de 1995. El epicentro fue muy cerca de Manzanillo y por tanto a la zona que más le pegó fue a la que forman los estados de Nayarit, Jalisco, Colima, Michoacán y Guanajuato. Recuerdo en especial que se cayó un hotel en Manzanillo y al parecer no se murió tanta gente para el pánico colectivo que generó. Ahora bien, enlazando el fenómeno con la pregunta quintaesencial ¿Dónde te agarró el temblor? Les puedo decir que a mí me agarró en clase de física en secundaria. Esto, sin duda, le dará una perspectiva del impacto. Siempre quise aprender ciencias, lo juro. Es más, en algún momento de mi vida no sé por qué pedí como regalo de cumpleaños un juego de química “Mi Alegría” – tema que pretendo explorar en el futuro. Sin embargo, pese a mi interés en descubrir el mundo y sus secretos, las ciencias naturales junto con sus compinches las matemáticas siempre me rechazaron. Al ver el problema en el pizarrón las imágenes se diluían y solo podía pensar en que ya me iba a cargar el payaso. A esto no ayudaba el hecho de que nuestro maestro de física no era una persona que aparentemente disfrutara de rodearse de pubertos. Sobre esto creo que nadie lo puede culpar, solamente las personas más trastornadas del mundo consideran bueno el tiempo que se pasa con sujetos de entre 12 y 17 años. El caso es que nos estaba intentando explicar las leyes propias de la fricción de los cuerpos (sin albur) mientras el noventa por ciento de nosotros veíamos al frente, con la mirada extraviada y la babota de fuera, esperando nada más que sonara el timbre que anunciaba el receso. En eso, y demostrando una sensibilidad propia de perro de la calle, Orozco se paró en un solo movimiento. -¡Está temblando! Gritó visiblemente alterado. Dado que el grupo era muy tendiente a hacer esta clase de estupideces con tal de cortar la clase, reírnos un poco y minimizar la cantidad de temas que habíamos de estudiar para el examen final, nuestro maestro se tomó ese grito a mal. - Orozco, punto menos. Dijo mientras tomaba su lista para anotar en el nombre de mi compañero una marca que indicara su castigo. Ni pudo hacerlo bien. Apenas había puesto la pluma sobre el papel, el movimiento telúrico lo arrojó al suelo violentamente. En lo que todo el mundo reaccionaba ante la amenaza de una muerte bajo los escombros, el maestro se levantó y se puso bloqueando la puerta y gritó “¡Nadie sale!”. Nadie sale my ass. Una turba de pubertos arrollo al pobre profe mientras salíamos gritando por nuestras vidas. Ciertamente no fue nuestro mejor momento. Si tal solo hubiéramos actuado como japoneses.