Día de los muertos
Pues resulta que, con motivo del día de los muertos, mi tío Pánfilo traía ganas de echarse un viajecito a algún lugar de la república donde se pudiera captar con toda claridad el esplendor del mestizaje cultural. Para ello había estado ahorrando durante todo el verano y a esas alturas del año, el bote de Leche Nido donde estaba juntando la morralla pesaba como diablo.
Aprovechando la ignorancia y, por qué no decirlo, la estupidez del tío, los bastardos de la agencia de viajes a donde tuvo mal a presentarse, lo terminaron embaucando en un viaje turístico de día de los muertos a Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde, como usted sabrá, el famoso día de muertos no tiene nada de especial. O por lo menos no más ni menos que en Tecomán, Colima.
Sin embargo, había elegido un paquete económico pues cuando le dijeron que existía la posibilidad de irse de compras a los múltiples expendios de fayuca de la zona, el tío se relamió los bigotes ante la oportunidad de comprarse una de esas camisas vaqueras que tienen estampada alguna escena campirana. Si le alcanzaba el dinero y podía conseguirse una que además incluyera una especie de tamaulipeca, pues ya estaba peinado pa atrás.
Dicho viaje sería en camión, con la advertencia de que si sufría problemas cardiacos mejor no lo tomara, pues incluía como amenidades un posible atraco por parte de miembros del crimen organizado a la altura de Zacatecas o de San Luis. La incertidumbre sobre dónde ocurriría éste consistía en uno de los mayores atractivos y permitía a los viajeros hacer apuestas para hacer el viaje más interesante.
Pues bien, listo para viajar, llevamos toda la familia al tío Pánfilo a la central nueva donde estuvimos un buen rato en gran medida porque la abuela quería darle como veinte mil bendiciones que, según ella, eran típicas de la región norteña.
Ya cuando abandonó el área común el tío sintió un fregadazo de soledad, y es que eso de hacer su primer viaje solo a los 56 años de edad es una cosa espantosa. Sin embargo el personal de la línea de autobuses lo reconfortó dándole un sándwich de jamón y dejándolo agarrar el chesco que él eligiera. Ante un trato tan VIP, el tío se hizo el ánimo y abordó el camión.
Estaba como menso prendiendo y apagando la luz de su lugar cuando vio un cuerpo que se frenaba en su lugar. Volteó y sus ojos se encontraron con los de una bellísima alteña. Esos ojos azules encapsulaban toda la belleza del mundo. El tío quedó flechado.
Sin embargo había un problema evidente, la dama en cuestión era una adoratiz descalza – aunque esta llevara unos zapatos Perestroika ya medios dados al catre – y por lo tanto estaba completamente off limits.
Ella se sentó haciendo un movimiento extraño y finalmente volteó hacia el tío y le dirigió la más dulce de las sonrisas. Hecho esto sacó de un bolso algún libro devoto y se enfrascó en él.
Como el camión había salido como a las siete de la tarde pronto los agarró la noche. El chofer había elegido como película a exhibir la película de Alien vs Depredador que al parecer no había visto un señor que iba atrás del tío y que, cada que veía a uno de los monstruos se reía y gritaba “¡Churrazo!”, indicando así al resto de los viajeros que no se creía para nada que dichas criaturas pudieran existir.
El caso es que, acabada la película y ya a oscuras, el tío sintió que la monja hizo un movimiento muy extraño en su asiento solo para sentir posteriormente como la rodilla de la dama se recargaba contra su pierna. Eso le alteró un poco el orden emocional, por lo que volteó con el rabillo del ojo a verla. Ella dormía, o al menos eso parecía. El tío, todavía sintiendo como se tocaban pierna contra pierna, decidió no investigar más.
Sin embargo la calentura realmente afecta el cerebro porque a los quince minutos ya estaba pensando de cosas. En su mente recreaba una y otra vez el momento donde se habían visto, en el que se habían sonreído. Sin duda debía significar algo el contacto de rodillas.
Por más que se decía a sí mismo que era una locura, que ella era una mujer dedicada al Altísimo, pronto, otra parte de él, decía que al final del día las mujeres también necesitan el calor, y que quizá podía tener una aventura con la monja en el paradisíaco Nuevo Laredo. Ahí, a la orilla del Río Bravo, podía tener la mejor semana de su vida.
Así comenzó a sentirse culpable y a los pocos minutos empezaba de calenturiento. Y es que ahora sentía claramente como la pierna se estaba moviendo y seguía pegada a la suya. Era claro que la monja se estaba haciendo la dormida y lo estaba provocando.
Ya llevaba así como tres horas y media cuando de repente el camión se paró en seco. Se encendieron las luces y un bigotón con tejana entro armado de una ametralladora gritando improperios y ordenando que la gente se despertara, saliera del autobús y entregara sus pertenencias.
Vio entonces el tío que la monja perezosamente se despertó y le preguntó dulcemente que qué estaba pasando. La pierna seguía tocando la pierna del tío. El, nervioso, le dijo que los estaban asaltando, que había que bajarse del camión.
Sin mucha sorpresa la monja acercó sus manos a donde estaban ambas piernas y retirando la suya hizo un movimiento para devolver su prótesis a su lugar y poderse así bajar.
El tío quedó alterado por el suceso y hasta el día de hoy sigue negando que eso haya pasado.