Decálogo del presentador de libros ajenos
1. Es indispensable llegar a último momento a la presentación de un libro y darle un abrazo infinito a la primera persona conocida que uno se tope, para dar a entender que se ha atravesado el Gobi y el Amazonas para llegar.
2. Todo resulta mejor si no se pone uno de acuerdo previamente con el autor sobre la mecánica que seguirá el acto. De lo contrario, podría evitarse el caos que sobrevendrá.
3. Al tomar el micrófono es menester titubear y entrar en pánico. El pánico se controla carraspeando al micrófono y diciendo la sílaba “eh”.
4. No debe haberse leído más que superficialmente el libro que se presentará. Leer los libros que se presentan es una inelegancia.
5. Si el libraco en cuestión es una novela, hay que repetir, mutatis mutandis, las sabias consideraciones de la contraportada sobre la trama. Un giro estupendo: declarar que no se comentará el final de la novela para no arruinárselo al lector. En caso de que sea un libro de cuentos, hay que explicar sin pudor alguno que no se revelarán los finales de los 26 relatos reunidos, etcétera. Tampoco se revelarán los principios, desde luego. La única revelación posible es la imbecilidad del presentador.
6. Por tanto, será necesario eludir cualquier mención directa al texto y, en su lugar, recordar la historia de la relación personal del presentador con el autor, con énfasis en las becas compartidas, los viajes comunes y las borracheras pretéritas juntos (eso hará las delicias de las 12 personas reunidas).
7. Otras posibilidades brillantes: llamar a las 12 personas (en adelante, el pueblo) a levantarse en armas contra el supremo Gobierno; quejarse del Conaculta; combinar ambas y llamar al pueblo a levantarse contra el Conaculta
8. Enlazar chistes y/o comentarios jocosos al respecto de la apariencia del autor del libro es considerado de mal gusto, por lo que debe elegirse a una persona mansa y de preferencia estúpida entre los asistentes (un viejo amigo al que se lleve tiempo sin ver resulta ideal) y afligirla señalándola con el dedo y metiéndose con ella, a la vez que se le sonríe con el fin de tranquilizarla.
9. Cuando se haya perorado sin sentido durante 12 minutos exactos (menos que eso es considerado debilidad y más, abuso) señalará uno al autor y dirá: “Es ya momento de darle la palabra a menganito, que es para escucharlo que vinimos”. Si se ha titubeado en demasía, intentemos lavar nuestra imagen jalando un aplauso para menganito. El método para lograrlo es simple: si uno se pone a aplaudir, al menos cinco de las 12 personas lo seguirán maquinalmente. A todos nos gusta aplaudir.
10. Al concluir el acto, invítese al autor a beber desmecatadamente. Ya en la fiesta, confiésesele que no se leyó su libro (para hacerle evidente que uno ha llevado la lealtad por él al extremo heroico de hacer el ridículo) y espérese su gratitud. En el peor de los casos habrá golpes y la anécdota servirá para rellenar el tiempo en futuras presentaciones: “Una vez presenté a un sujeto que me agarró a golpes luego; por tanto, seré breve…”.