De zapatillas rojas a suelas gastadas
Las zapatillas rojas de Benedicto XVI me encantaban. Le daban al hoy Papa Emérito un aire travieso, como capaz de levitar por encima de la realidad y dar saltitos, o de llegar, de puntas, a sorprender a algún despistado cardenal: “¡Uy!”, diría uno; “¡Ay, Papa, no lo oí acercarse!” reiría el otro, divertido. Dicen que tales zapatillas eran de la firma Prada. Ojalá las hayan conseguido en saldos, aunque creo que más bien pudieran haber sido fabricadas a pedido y costado muy caras. Mi debilidad por los zapatos rojos, y más si son afelpados o tipo mocasín, es por cómodos y porque evitan caídas. Los zapatos serían un gran tema si la Iglesia Católica, mi santa madre y abuela iglesia, llegara a abrirse tanto —no se asusten, no es para ahora— como para tener una Papisa. Con los tacones de rascacielos de moda, dudo que la jerarca en cuestión pudiera transitar con ellos sin tropiezos por las rojas alfombras vaticanas. Pero quizá un futuro cónclave elija a una sabia reverenda con sentido práctico que prefiera la comodidad en vez de arriesgadas alturas. Y mejor si son con taconcito leve, y arco que la ayude a mantenerse erguida. O botines de estilo entre cuáquero y los que usaba Mary Poppins.
Pero lo que me tiene fascinada ahora, son las suelas gastadas del nuevo Papa Francisco. No se ha querido quitar sino para dormir sus viejos zapatos argentinos, con los que recorría las calles de Buenos Aires, incluidos barrios pobres y hospitales. Y deben de ser de buena factura, como los que se fabrican en mi tierra tapatía, o en la vecina ciudad de León, pues son sitios habilidosos en cuidar los pies y sus dignas envolturas para que no haya lastimaduras en la aventura diaria de caminar.
Porque de lo que se trata es de caminar. Las estupendas notas de Pablo Ordaz y sus compañeras en El País sobre estos días de estreno de pontificado, y otras que amigos cercanos a la Compañía de Jesús ponen al alcance, nos pintan a un Papa que opta por la plata en vez del oro; por andar de blanco sin la capita roja o el ornamento dorado; que le quitó el techo al Papamóvil; que se reunió ya con Adolfo Nicolás, general de la orden ignaciana, a quien le pidió brincarse el protocolo para hablarse de tú tras fraternal abrazo. Pero también registran un peso en su espalda, un inicial cansancio. No sé cómo saldrá de estos días de encierro tras leer el tremendo informe Vatileaks. De que necesitará oraciones o buenas “vibras”, estoy segura. Ojalá le sea llevadera la carga con esa bienaventuranza mayor que es el buen humor. Este Papa nos invita a la ternura, una de las formas de la bondad, y nos recuerda que el poder es servir. Todo un programa ético para políticos recién estrenados acá.