Confieso que manejo mal
Estaba conduciendo tranquilamente, a cerca de 30 km/hora, entrando desde la avenida Washington a Mariano Otero, dos importantes avenidas de Guadalajara. No tenía prisa. Me sentía bien y relajado. De repente aparece, como de la nada, un conductor en un Jetta color plata que literalmente se “pegó” a la trasera de mi auto, pitando para exigir el paso aún cuando el carril de entrada era único. Una marea de indignación me invadió y pensé haber sido capaz de controlarme al casi pegar mi auto contra la pared del lado derecho para dejarlo pasar. Sin embargo, no logré contenerme del todo y una vez que él estaba adelante, aceleré, me puse igualmente “pegado” a la parte trasera de su Jetta para luego, en la primera oportunidad, acelerar a fondo y mostrarle que yo tenía un auto muchas veces más potente que el suyo y que él no podía andar exigiendo paso cuando y donde se le antojara. Actitudes estúpidas e infantiles como esta me dejan claro que soy, efectivamente, un mal conductor.
¿Por qué nos enojamos cuando alguien muestra una actitud agresiva en el tráfico? La explicación es simple y tiene que ver con el hecho que la agresividad genera más agresividad, en cualquier lugar. Cuando alguien nos trata mal, nuestra reacción natural es defendernos y devolver la agresión. Nos pasa a prácticamente todos. Incluso podemos ver ese comportamiento entre los animales.
Pero esto no es todo. También hay otras cosas que nos sacan de quicio. Una de ellas es cuando otro conductor entra bruscamente con su auto delante de nosotros. Mi amigo y psicólogo, Doctor Gilberto Martínez, explicaba el otro día en su programa radiofónico, que nos sentimos agredidos en esa situación porque esas personas invaden lo que consideramos nuestro espacio vital. La distancia en la que manejamos hacia el auto que va adelante, es la que consideramos prudente y segura. Cuando alguien la rompe, nos quita del balance que nos hacer sentir bien.
La mala educación también me produce sentimientos negativos. Ver a alguien estacionándose en un lugar reservado para personas con capacidades diferentes, me produce enojo. No entiendo cómo una persona decide estacionarse frente a una cochera, cuando tres metros adelante puede hacerlo al lado de una banqueta. Me es difícil comprender por qué un conductor decide manejar en sentido contrario simplemente por flojera de dar la vuelta a la cuadra. Andar en sentido contrario genera un riesgo enorme, porque todos estamos acostumbrados al sentido de la calle en la que vivimos y por instinto, al caminar o conducir, sólo miramos hacia ese lado, asumiendo que es seguro cruzar la calle a pie o sacar nuestro auto de la cochera cuando no vemos otro coche en nuestra dirección. La lista de mal comportamiento es tan larga, que sería inútil y aburrido seguir con los ejemplos.
Solución cibernética
Por todo este tipo de cosas, se están desarrollando autos que se conducen solos. Mejor dicho, son conducidos por computadoras, ayudadas por cámaras y radares. Las computadoras no se enojan, no se sienten impulsadas a darle una lección a algún atrevido y mal educado que les cruce el paso. Ellas están diseñadas para obedecer los límites de velocidad, estacionar sólo donde está permitido, no cambiar de carril sin avisar y hacerlo con mucha antelación antes de abandonar la vía en la que se encuentran. Aún falta un rato para que sean legales para conducir un vehículo y parte del problema no es tecnológico, sino legal, ya que sería difícil establecer un culpable en caso de una posible falla del sistema que produjera un accidente con heridos o muertos. Pero un día, eso se va a resolver y la vida alrededor de los autos, será mejor. La velocidad del tráfico será mayor y será posible tener más vehículos en las calles, porque la distancia entre los autos podrá ser mínima. Hasta allá, sin embargo, seguimos usando nuestro propio criterio.
Con más de 15 años en este mundo de los coches, habiendo asistido a muchos cursos de manejo de Porsche, Mercedes-Benz, BMW y otras marcas, mi capacidad de controlar un auto probablemente sea un poco mayor que el promedio de los conductores, pero esto no significa manejar bien. Porque en el momento en que me dejo llevar por la ira al responder una agresión, pongo en riesgo a mi y a muchos otros que tengan la mala suerte de estar cerca en ese momento.
Intento, con todas las fuerzas que soy capaz de reunir, transformarme en alguien más paciente, en usar la prudencia y la sensatez sobre las reacciones bruscas y la ira. En la medida que mi rostro se puebla con cada vez más arrugas, me acerco a esa sabiduría que tanto busco. Desafortunadamente, empero, aún soy humano y esto, finalmente, me obliga a decir ante el espejo, no sin mucho dolor: Confieso que manejo mal.