Carta de despedida a Samuel Joaquín Flores
Querido y admirado amigo: Nuestra amistad sobrepasó las dos décadas, pero mi admiración por su exitosa labor es de una antigüedad mucho mayor: desde fines de los años sesenta pude alentar a dos estudiantes de mi mayor estima para que hiciesen su tesis de licenciatura sobre la iglesia de la Luz del Mundo o “los hermanos de la Hermosa Provincia”, como les llamábamos comúnmente… Aunque haya sido un trabajo sencillo, creo que fue el primer acercamiento académico a una religión nacida en Guadalajara y que muchos tapatíos, haciendo gala de su escasa tolerancia, a la sazón repudiaban y hacían escarnio de ella.
Poca memoria la de católicos que no querían recordar a los primeros cristianos también hostigados y perseguidos. El hermano Aarón Joaquín, padre de usted, había empezado a predicar en 1926 y, a su fallecimiento, en 1964, tenía ya muchos fieles y su credo estaba ya bien consolidado. Más lo que usted hizo a partir de entonces cuando asumió la dirección de esa grey, es de un éxito extraordinario. Hoy tiene en México más de 1 millón y medio de seguidores muy devotos y cumplidos todos y, en todo el orbe —en medio centenar de países— pasan ya de cinco millones.
Pero lo más importante, y lo que en realidad admiro más de su gran organización, es que todos viven en condiciones más que aceptables por lo que se refiere a educación, vivienda, servicios de salud. A principios de los sesenta, tuve el privilegio de ser profesor en la Preparatoria de quien sería su primer médico, ahora son miles los que constituyen la Plataforma de Profesionistas a quienes he tenido también la ocasión de hablarles sobre diversos temas nacionales, en repetidas ocasiones, al tiempo de conocer igualmente varias universidades de su iglesia.
El compromiso y el servicio social de ella, debe subrayarse y todos los mexicanos deberíamos agradecerlo, pero hay que destacar también que, habiendo padecido igualmente muchas veces la discriminación y la agresión por parte de seguidores de otros credos, por mi condición de agnóstico, reconozco de una manera especial el respeto que usted y sus fieles me han guardado por ello y felicitarme por los buenos trabajos que hemos hecho juntos sobre diversos temas en que coincidimos. Tal es el caso de aquella espléndida campaña por buena parte del país en defensa de la educación laica. Saber respetar la diferencia es una buena manera, según lo dijo usted muchas veces, de abogar en favor del pensamiento propio.
No cabe la menor duda, don Samuel, de que, al igual que sus millones de seguidores, yo también lo echaré mucho de menos. ¡He perdido un gran amigo!