Carta a mi hija madre
Aprovechando tantas menciones de madre como se escuchan y leen por doquier, hija mía, no quiero dejar pasar tan emblemática fecha para enviarte un fuerte abrazo ahora que te has convertido, por primera vez y por partida doble, en sujeto festejable y blanco de los parabienes propios y ajenos. Mi lista de deseos es tan larga como la de mis bendiciones para que, tomando en cuenta las inenarrables vivencias que yo misma he experimentado como frondoso tronco de mi estirpe, las tomes como útiles referencias en tu flamante ejercicio maternal. A saber:
Que amanezcas el 10 de mayo con la alegría que anticipan los anuncios comerciales que toman como pretexto la fecha para vender baterías de cocina, pero también de carro.
Que disfrutes como nunca las programaciones radiofónicas y televisivas que sólo hablarán de ti y del excelso vínculo que ahora te une con tus retoños.
Que asumas con regocijo que frases tan emotivas como “quien te amó antes de conocerte”, “quien te ha todo sin esperar nada”, “quien todo lo merece” van dirigidas a ti, aunque con la no muy secreta intención de que te lo retribuyan.
Que los ojos se te pongan en blanco, de puritita emoción, al escuchar tantas y tan poéticas metáforas con que han suplantado el soso apelativo de “mamá”, para que te reconozcas como “rosa fresca de abril”, “fiel querubín” o “amiga gaviota”, pero que también las alusiones bélicas, como “tú que peleaste con uñas y dientes”, “guerrera invencible” y “luchadora incansable” también te son merecidamente adjudicables.
Que Dios te conceda la oportunidad de que, a quienes les diste tu vida, tu amor y tu espacio, el día dedicado para honrarte te autentifiquen tan amorosa atadura regalándote una plancha o, mejor aún, una jarra de cristal floreada y con sus seis vasos a juego.
Que te deleites hasta la saciedad con tus improvisadas dotes para las manualidades, confeccionando los aditamentos que conviertan a tu pequeña en una bella flor que, al cabo de tres horas de haber disfrutado en el patio escolar, bajo los benéficos rayos del Sol primaveral, viendo saltar conejos ajenos y ratones vaqueros que perdieron el sombrero, aparecerá marchita y desmadejada en la última fila de un ramillete de 30.
Que en el merecidísimo homenaje en tu honor, te conmuevas hasta las lágrimas escuchando por enésima vez a tus tlacuaches, formando parte de un coro monumental haciendo playback de la canción de Timbiriche.
Finalmente, como colofón del día más maravilloso en la vida de cualquier mujer que osó reproducirse y por ello merece ser exaltada socialmente, lo más hermoso y significativo es que acojas con inédito gozo y poniendo cara de Marga López (la de Amparo Rivelles también sirve), el invaluable trabajito manual que tus pequeños elaboraron, con tanta devoción y con los centavos de su papá, aunque se trate de un mandilito cuatro tallas menor que tu cintura, pero con las huellas de esas tiernas manecitas que con frecuencia andas intentando borrar de las paredes.
Éstos son los humildes consejos de tu modesta progenitora quien, con casi cuatro decenios de experiencia en estas festivas lides, desearía que los tomaras en cuenta, sobre todo, para evitar que las compañeras del gremio te juzguen como una madre más desalmada que la abuela de la cándida Eréndira de García Márquez.