Adiós a Ernesto Flores
A Carmen Peredo, con cariño y respeto
Desde que me enteré de tu partida no he dejado de recordarte: 45 años de amistad dan para mucho. Yo era apenas un aprendiz deseoso de orientación cuando tú ya habías sido ungido con el Premio Jalisco. Recuerdo el análisis que hiciste de ello. Consciente de que te había tocado muy joven, tu frase de aquellos días era: “A pesar de ser premio Jalisco no soy ningún tarugo”. Algo había de válido: cuando te lo dieron te habían antecedido algunos de calidad muy dudosa, de manera que no dejaba de tener sentido tu comentario, pero además teníamos una edad en que se valía ser iconoclasta.
¡Cómo disfruté acompañarte en aquel tiempo! Luego vinieron los compromisos y mis prisas y fui alejándome de aquellas largas pláticas en tu casa de siempre, donde hiciste todo lo que pudiste por introducirme en las bellas letras y la bella música. Entonces eras especial devoto de Mompou y de Rulfo: uno ahorrador de compases y otro de palabras. De ahí tu consejo: lo que sea que escribas procura después hacerlo más breve. Créeme que he tratado.
También valió la común admiración por Victoria de los Ángeles, a quien oímos juntos tantas veces. Una de ellas, incluso al natural aunque sin ponernos de acuerdo, allá en la Ciudad de México. Ya estaba un poco ruquita la pobre, pero estoy seguro de que ni a ti ni a mí nos importó que “ya no fuera como antes”.
¿Te acuerdas de cuando tuviste problemas en el oído y a veces andabas a trompicones? ¡Cómo me enojé un día que te tuviste que abrazar a un poste y una señora pomadosa te espetó aquello de “¿No le da vergüenza andar borracho tan temprano?”. Lo que le reviré no me atrevo a decirlo, pero rimaba con vieja…
Después analizamos los dos que, según la encopetada dama, sí se valía embriagarse, pero más tarde… De cualquier manera el alcohol nunca fue nuestro fuerte.
Querido Ernesto: ¡tengo tanto por agradecerte! Influiste de manera decisiva en aquel jurado que me hizo ganar un concurso de oratoria. No puedo olvidar los comentarios que me hiciste después sobre mi manera de hablar. Algunos los asimilé pero otros no tuve capacidad para ello. También tengo presente que me publicaste en Coatl mi primera traducción del catalán, misma que aproveché cuarenta años después, gracias a que le metiste lápiz a profundidad.
Finalmente, muy querido amigo y admirado maestro, a ti te debo lo que sé de ese Padre Placencia que rescataste del olvido al que quisieron condenarlo los mitrados, y me hiciste ver toda su grandeza poética. Sin tu esmero y talento quizá lo habríamos perdido.