- “¡Vivan las novias...!”
Los corazones con un par de nombres o de iniciales, entrelazadas o no, en su interior, proliferan. Salvo quienes se saben incluidos, nadie repara en ellos. Son —con las obvias diferencias— como los chicles tirados en la calle: cosa de todos los días.
Excepción a esa regla: Martha y Zaira.
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Martha y Zaira, finalmente, se casaron el sábado. El hecho nada tendría de extraordinario, si no fuera porque se trata, en efecto, de dos mujeres. Dos mujeres que —como muchas más, seguramente— ya vivían juntas. Una de ellas, además, es madre, a raíz —explica— de un proceso de inseminación artificial.
Su caso fue noticia. Lo fue porque promovieron un amparo para que se les permitiera contraer matrimonio, a partir de la premisa de que éste, en México, está definido como “la unión de dos personas”; ya no necesariamente de “un hombre y una mujer”, conforme al concepto tradicional. Logrado el amparo, el Registro Civil opuso un reparo: faltaba la constancia de los “cursos prematrimoniales” que imparte el DIF, y faltaba porque la legislación del organismo establece que dichos cursos sólo pueden darse a parejas mixtas. Anticipándose al siguiente paso, que sería promover otro amparo —cuyo corolario resultaba previsible—, el DIF decidió aceptarlas, con lo que el requisito del curso quedó solventado. Así, el matrimonio (el primero entre dos personas del mismo sexo en el Estado de Jalisco), sin más, pudo realizarse.
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La noticia remite a una tendencia mundial: la integración de novedosas formas de familia diferentes a la nuclear tradicional: padre, madre e hijos comunes... La tendencia a formar una familia, en los seres humanos, es instintiva. El objetivo, en todos los casos, es el mismo: buscar la felicidad. Las formas son las que han cambiado: con personas de diferente sexo... o del mismo; tratando de tener hijos... o evitándolos; casándose “por el civil y por la Iglesia”... o viviendo en unión libre.
Independientemente de los impulsos afectivos, hay otras razones. Muchas “parejas de hecho”, heterosexuales u homosexuales, tienden a formalizar su unión, una vez superado un “periodo de prueba”, por conveniencia legítima: por beneficiar a su pareja con la seguridad social; por la posibilidad de obtener un crédito hipotecario; por simplificar los trámites sucesorios a la muerte de una de las partes, etcétera.
La Iglesia, al respecto, se mantiene “en sus trece”. El Papa Francisco lo ha dicho: la tendencia en ese sentido es “una moda” (ya lo dirá el tiempo, “supremo juez”...), y el criterio eclesiástico difícilmente dará el rango de matrimonio a las uniones de personas de diferente sexo.
Colofón: en lo que eso ocurre... ¡que vivan las novias...!