Ideas

- Mandela

Ambrose Bierce escribió, a propósito de los necios afanes por canonizar a Cristóbal Colón, en plena euforia por el quinto centenario del convencionalmente llamado “El Descubrimiento de América”, que “todo panegirista es un calumniador”: que los elogios que prodiga al objeto de su adulación, se los escamotea, vía de regla, a quien realmente los merece.

El caso de Nelson Mandela —a raíz de su fallecimiento, ocurrido ayer— pudiera ser una de las escasísimas excepciones a esa regla.

-II-

Los varios severos quebrantos de salud —propios de su avanzada edad: tenía 95 años— en los últimos años, dieron pie a innumerables glosas de su vida y obra. Todas, además, encomiásticas... Y no en balde.

Miembro, desde su juventud, del Congreso Nacional Africano, Mandela vivió en carne propia la discriminación de una mayoría de sudafricanos de raza negra (88%), por una minoría (12%) de raza blanca. Aunque estaba lejos del radicalismo de quienes esgrimían la bandera de “África para los africanos” y propugnaban una depuración étnica en perjuicio de los blancos, Nelson participó en algunas acciones de sabotaje, inspiradas por la estrategia guerrillera en auge en aquellos años. Ese activismo le valió el encarcelamiento, en 1962, y una condena a trabajos forzados, a perpetuidad. Lejos de suicidarse o enloquecer —como escribió Mario Vargas Llosa en una apología que le dedicó hace unos meses—, Mandela, aun prisionero, se tituló de abogado y emprendió, desde ahí, un movimiento orientado hacia la convivencia pacífica de los negros semiesclavizados y los blancos esclavistas. Excarcelado en 1990, trabajó conjuntamente con el entonces presidente, Willem De Clerk, por una democracia multirracial en Sudáfrica. En 1993, ambos, por ese logro inconmensurable, recibieron, de manera conjunta, ante la aclamación de la humanidad, el Premio Nobel de la Paz. Un año después, su inmensa popularidad lo llevó a la presidencia de su país. Al término de su mandato, en 1999, desoyó los cantos de las sirenas que lo invitaban a reelegirse; lejos de dejarse seducir por la oportunidad de perpetuarse en el poder, optó por el retiro.

-III-

De Sir Winston Churchill, a su muerte, alguien preguntó: “¿Cuándo volveremos a tener uno tan grande como él?”. De Mandela, quienes quisieran  ejemplos de que la política no sólo es refugio de malvivientes sino posibilidad de cambiar, para bien de sus habitantes, la porción del mundo en que a uno le tocó vivir, tendrían que preguntar: “¿Cuándo tendremos aquí uno tan grande como él...?”.
 

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