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Itinerario
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Desconocida mientras se gobierna y revalorada mientras se busca el poder, la cultura ha sido en la política local, un rubro útil para la omisión y productivo para el manoseo.
Y es que las expresiones culturales concretadas en exposiciones, conciertos, recitales, montajes, proyecciones y cualquier otra muestra de las costumbres y tradiciones, se vuelven el instrumento político idóneo cuando de sumar voluntades se trata; cuando, más precisamente, de sumar expectativas se trata. Porque ha sido común al Estado de Jalisco que la aparición de nombres, fórmulas y candidaturas sucedan, se desvelen, en medio de una apreciación cultural.
Ante este tipo de situaciones, donde un acto cultural se vuelve plataforma de lanzamiento, cualquier analista haría la lectura elemental: la cultura es un eje central del que parte toda planeación del candidato presentado; por ende, la cultura es una política pública insustituible y primordial para el desarrollo social.
Nada más alejado de la realidad nuestra. A la fecha y sin importar el color del partido que gobierne, la cultura, así, con esa conceptualización tan compleja y a la vez simple, ha sido más que una línea atractiva para implementar instrumentos de estabilidad social, un medio por el cual se arrancan, eficiente y eficazmente, las campañas electorales.
La razón continúa siendo el cumplimiento de uno de los apostolados: pan y circo para el pueblo, y eso, en Guadalajara, particularmente, es una realidad en más de un sentido. Pero se ha enriquecido el apostolado. Y se ha ampliado su tiempo de ejecución, al tomar por asalto ya no solo las actividades culturales como carne de cañón para propósitos propagandístico-electorales. Ahora se hace bajo nuevos campos de acción, con todo lo que deja a la mano un esquema modernizador: también se ha construido desde la base misma de la administración de la cultura, desde la integración de su equipo de trabajo, desde la nómina, todo un sistema de operación reclutadora de “voluntades”. Ya no hay que esperar a que se designe al candidato para que la cultura sea parte esencial de la avanzada del elegido en su recorrido popular; esperar eso sería demasiado tarde o arriesgado, en un sistema partidista en el que la competencia primera no está en la acera de enfrente, sino dentro de la misma casa. Por ello se debe garantizar la construcción de cuadros, a partir de las dependencias que no tienen, o no guardan, aparente foco de interés político. Y en ese terreno, la cultura no tiene competencia.
Y es que las expresiones culturales concretadas en exposiciones, conciertos, recitales, montajes, proyecciones y cualquier otra muestra de las costumbres y tradiciones, se vuelven el instrumento político idóneo cuando de sumar voluntades se trata; cuando, más precisamente, de sumar expectativas se trata. Porque ha sido común al Estado de Jalisco que la aparición de nombres, fórmulas y candidaturas sucedan, se desvelen, en medio de una apreciación cultural.
Ante este tipo de situaciones, donde un acto cultural se vuelve plataforma de lanzamiento, cualquier analista haría la lectura elemental: la cultura es un eje central del que parte toda planeación del candidato presentado; por ende, la cultura es una política pública insustituible y primordial para el desarrollo social.
Nada más alejado de la realidad nuestra. A la fecha y sin importar el color del partido que gobierne, la cultura, así, con esa conceptualización tan compleja y a la vez simple, ha sido más que una línea atractiva para implementar instrumentos de estabilidad social, un medio por el cual se arrancan, eficiente y eficazmente, las campañas electorales.
La razón continúa siendo el cumplimiento de uno de los apostolados: pan y circo para el pueblo, y eso, en Guadalajara, particularmente, es una realidad en más de un sentido. Pero se ha enriquecido el apostolado. Y se ha ampliado su tiempo de ejecución, al tomar por asalto ya no solo las actividades culturales como carne de cañón para propósitos propagandístico-electorales. Ahora se hace bajo nuevos campos de acción, con todo lo que deja a la mano un esquema modernizador: también se ha construido desde la base misma de la administración de la cultura, desde la integración de su equipo de trabajo, desde la nómina, todo un sistema de operación reclutadora de “voluntades”. Ya no hay que esperar a que se designe al candidato para que la cultura sea parte esencial de la avanzada del elegido en su recorrido popular; esperar eso sería demasiado tarde o arriesgado, en un sistema partidista en el que la competencia primera no está en la acera de enfrente, sino dentro de la misma casa. Por ello se debe garantizar la construcción de cuadros, a partir de las dependencias que no tienen, o no guardan, aparente foco de interés político. Y en ese terreno, la cultura no tiene competencia.