Deportes
Atuendo futbolero
“Tan poco el amor y desperdiciarlo en celos...” Dicho popular.
El debut en la banca de Ricardo LaVolpe no pudo ser peor. Frente a un desarmado San Luis (al que le quitaron prácticamente toda su columna vertebral para llevársela a salvar al Necaxa), el Atlas sufrió una derrota más, la tercera en sus primeros cuatro partidos de competencia.
Dijo Gustavo Montoya antes de este juego que “el sistema de Ricardo LaVolpe tardará en aplicarse, no es de la noche a la mañana”. Y tiene razón. Nada más que la Fiel afición atlista hace muchos años que hizo del escepticismo su principal armadura para defenderse de las burlas de los vecinos. Incrédulos, los aficionados dudan permanentemente de las promesas de directivos, entrenadores y jugadores.
La apuesta de ahora se dio, según le dijo Fernando Acosta a Tomás Boy cuando le informó que estaba descartado como candidato para sustituir a Darío Franco, “fue para complacer a la afición”, como si el presidente rojinegro tuviese una bola de cristal para adivinar las apetencias de sus siempre fieles seguidores.
Lo de LaVolpe cumple perfectamente el aroma de nostalgia que se respira en el Atlas (antes en el Paradero y hoy en Colomos, Chapalita, en el Club de Golf o en el estadio Jalisco) desde hace casi 58 años, cuando se logró el primer y único campeonato de liga. En el Atlas se toma con optimismo cualquier esperanza que renueve la fe, pese al escepticismo que se usa como máscara ante la adversidad permanente.
Lo malo no es que el Atlas pierda. Vaya: es la costumbre. No. Lo lamentable es que Ricardo LaVolpe, que sabe mucho de futbol, pero poco de la vida, no aprenda que el futbol de la cancha lo resuelven los jugadores, mientras no se invente otra cosa. Si lo resolviera el propio LaVolpe, en lugar de un campeonato tendría en su palmarés 40 títulos de liga. Tiene uno porque cree que él, con su magia, con su talento, con sus indudables conocimientos, es capaz de sustituir al jugador talentoso con una disciplinado.
Frente al San Luis dio otra muestra de que él siempre se pone por encima de los jugadores, aunque sus equipos sufran o pierdan. Dejar en la banca a Darío Botinelli y Jorge Achucarro es un lujo que sólo LaVolpe se permite porque siente que es capaz de suplir con planteamientos tácticos las misteriosas formas que tienen los buenos futbolistas de resolver situaciones de encrucijada en la cancha, basados en su talento.
Sin duda Botinelli es un gran jugador y Achucarro es un delantero que ha mostrado capacidad goleadora. Eso lo ven los rivales, los compañeros, los directivos que los contrataron y la prensa. LaVolpe no lo quiere ver así.
Prefiere imponer la mano de hierro (pretexto ideal de quienes no aprendieron en la escuela de la vida el arte de la persuasión) sobre la calidad intrínseca del futbolista que maneja.
El Atlas perdió ante San Luis una brillante oportunidad de sumar sus primeros tres puntos juntos en este torneo. Sigue en el último lugar de la tabla general, no se le ve por dónde pueda enmendar el camino y la presentación de LaVolpe fue un fiasco, no tanto por la derrota, sino por desperdiciar de esta forma el talento de sus jugadores.
Dijo Gustavo Montoya antes de este juego que “el sistema de Ricardo LaVolpe tardará en aplicarse, no es de la noche a la mañana”. Y tiene razón. Nada más que la Fiel afición atlista hace muchos años que hizo del escepticismo su principal armadura para defenderse de las burlas de los vecinos. Incrédulos, los aficionados dudan permanentemente de las promesas de directivos, entrenadores y jugadores.
La apuesta de ahora se dio, según le dijo Fernando Acosta a Tomás Boy cuando le informó que estaba descartado como candidato para sustituir a Darío Franco, “fue para complacer a la afición”, como si el presidente rojinegro tuviese una bola de cristal para adivinar las apetencias de sus siempre fieles seguidores.
Lo de LaVolpe cumple perfectamente el aroma de nostalgia que se respira en el Atlas (antes en el Paradero y hoy en Colomos, Chapalita, en el Club de Golf o en el estadio Jalisco) desde hace casi 58 años, cuando se logró el primer y único campeonato de liga. En el Atlas se toma con optimismo cualquier esperanza que renueve la fe, pese al escepticismo que se usa como máscara ante la adversidad permanente.
Lo malo no es que el Atlas pierda. Vaya: es la costumbre. No. Lo lamentable es que Ricardo LaVolpe, que sabe mucho de futbol, pero poco de la vida, no aprenda que el futbol de la cancha lo resuelven los jugadores, mientras no se invente otra cosa. Si lo resolviera el propio LaVolpe, en lugar de un campeonato tendría en su palmarés 40 títulos de liga. Tiene uno porque cree que él, con su magia, con su talento, con sus indudables conocimientos, es capaz de sustituir al jugador talentoso con una disciplinado.
Frente al San Luis dio otra muestra de que él siempre se pone por encima de los jugadores, aunque sus equipos sufran o pierdan. Dejar en la banca a Darío Botinelli y Jorge Achucarro es un lujo que sólo LaVolpe se permite porque siente que es capaz de suplir con planteamientos tácticos las misteriosas formas que tienen los buenos futbolistas de resolver situaciones de encrucijada en la cancha, basados en su talento.
Sin duda Botinelli es un gran jugador y Achucarro es un delantero que ha mostrado capacidad goleadora. Eso lo ven los rivales, los compañeros, los directivos que los contrataron y la prensa. LaVolpe no lo quiere ver así.
Prefiere imponer la mano de hierro (pretexto ideal de quienes no aprendieron en la escuela de la vida el arte de la persuasión) sobre la calidad intrínseca del futbolista que maneja.
El Atlas perdió ante San Luis una brillante oportunidad de sumar sus primeros tres puntos juntos en este torneo. Sigue en el último lugar de la tabla general, no se le ve por dónde pueda enmendar el camino y la presentación de LaVolpe fue un fiasco, no tanto por la derrota, sino por desperdiciar de esta forma el talento de sus jugadores.