Deportes
Atuendo futbolero
Por Héctor Huerta
Chivas completó una semana de ensueño: en fila derrotó al Atlante en el estadio Jalisco, a River Plate en el Monumental de Buenos Aires, y ayer al América en el estadio Azteca. Eso le permite mantenerse muy cerca de las semifinales de la Copa Sudamericana y también muy cerca de la calificación, en el llamado “Grupo de la Muerte”, con 21 puntos, alcanzando en el primer lugar a Tecos (con dos partidos pendientes) y Morelia.
Quién dijera que hace poco más de un mes (el 15 de septiembre, para ser exactos), luego de una goleada en Pachuca, las fuertes declaraciones del dueño Jorge Vergara serían un acicate para el plantel rojiblanco, porque a partir de de esa fecha el Guadalajara no pierde.
Por aquellos días fueron decenas de voces las que invitaban al entrenador Efraín Flores a dar un paso de costado de la dirección técnica, sobre todo después de que estuvo en las tribunas del estadio Hidalgo el entrenador holandés Ronald Koeman, a quien se invitó a conocer el proyecto futbolístico de Chivas.
Pero Efraín mantuvo lo que un hombre en su posición nunca debe de perder: la serenidad. Guardó dentro de sí a todos los demonios que sacuden el alma cuando el hombre se enfrenta a situaciones parecidas, y ante la opinión pública se mostró como un tipo responsable y conocedor de la estructura de mando en un equipo. Se dedicó con mayor ahínco a lo que se hace en tiempos de crisis: a trabajar más duro. Hoy, la razón le asiste al tomar la decisión de permanecer en ese momento al frente de Chivas. Vaya un reconocimiento a su conducta.
En cuanto a los jugadores, al margen del brillo personal de algunos en el clásico (Omar Arellano, Sergio Santana, el “Tepa” Solís, Héctor Reynoso, Jonny Magallón o el “Pato” Araujo), lo que destacó de todos ellos fue su actitud resuelta para enfrentar un partido de esa rivalidad. Chivas no ganaba al América en el Azteca desde hacía cinco años, pero ayer sus jugadores entendieron que un clásico es más que tres puntos.
En cada clásico hay que poner en la cancha únicamente a los jugadores dispuestos que estén dispuestos a esfuerzos casi heroicos, que sean capaces de poner el alma junto al futbol, que comprendan que este deporte es colectivo, que entiendan que ninguna pelota es imposible si uno está consciente de que en cada acción hay que brindar un segundo esfuerzo, y que, sobre todo, acepten que el brillo del equipo siempre debe estar por encima del lucimiento personal.
Chivas enfrentó el clásico con gran entereza anímica, con gran determinación y con hambre de victoria. A ratos jugó bien, a ratos regular y a ratos muy bien, pero los 94 minutos mantuvo la misma actitud de entrega total y de determinación para conseguir la victoria. Como sediento, como hambriento, como necesitado, Chivas luchó por los tres puntos, indispensables para seguir aspirando a la calificación.
Caso contrario ocurrió con un América de esfuerzos individuales, sin mística de equipo, sin compañerismo, desintegrado, en el cual el talento personal no se subordina a la fuerza del conjunto. Algunos jugadores en su nivel, como Guillermo Ochoa o Salvador Cabañas, pero otros sin demostrar porqué fueron contratados por esa institución, como Alfredo Moreno, Federico Insúa, Sebastián Domínguez, Enrique Vera o el “Negro” Medina, los cuales están con una enorme deuda ante sus aficionados y dirigentes.
Esta derrota es una humillación. A los integrantes del América les faltó vergüenza profesional para enfrentar un clásico, sabedores de que estaban de por medio el honor de disputar un clásico y tres valiosos puntos para seguir aspirando a calificar. Hoy están al borde de la eliminación matemática porque en muy pocos momentos del torneo han mostrado el alma, el corazón, el esfuerzo colectivo y la calidad para merecer portar esa camiseta. Hasta Ramón Díaz, con su impresionante palmarés en Argentina, ha sido un estrepitoso fracaso.
A tres fechas de que termine la fase de calificación, entre los ocho mejores del torneo, ha llegado el momento de borrar un nombre: América. Y debe ser muy motivante para la gigantesca legión de seguidores, agregar al equipo que está pelando con uñas y dientes, a sangre, sudor y lágrimas su calificación: Chivas.
Quién dijera que hace poco más de un mes (el 15 de septiembre, para ser exactos), luego de una goleada en Pachuca, las fuertes declaraciones del dueño Jorge Vergara serían un acicate para el plantel rojiblanco, porque a partir de de esa fecha el Guadalajara no pierde.
Por aquellos días fueron decenas de voces las que invitaban al entrenador Efraín Flores a dar un paso de costado de la dirección técnica, sobre todo después de que estuvo en las tribunas del estadio Hidalgo el entrenador holandés Ronald Koeman, a quien se invitó a conocer el proyecto futbolístico de Chivas.
Pero Efraín mantuvo lo que un hombre en su posición nunca debe de perder: la serenidad. Guardó dentro de sí a todos los demonios que sacuden el alma cuando el hombre se enfrenta a situaciones parecidas, y ante la opinión pública se mostró como un tipo responsable y conocedor de la estructura de mando en un equipo. Se dedicó con mayor ahínco a lo que se hace en tiempos de crisis: a trabajar más duro. Hoy, la razón le asiste al tomar la decisión de permanecer en ese momento al frente de Chivas. Vaya un reconocimiento a su conducta.
En cuanto a los jugadores, al margen del brillo personal de algunos en el clásico (Omar Arellano, Sergio Santana, el “Tepa” Solís, Héctor Reynoso, Jonny Magallón o el “Pato” Araujo), lo que destacó de todos ellos fue su actitud resuelta para enfrentar un partido de esa rivalidad. Chivas no ganaba al América en el Azteca desde hacía cinco años, pero ayer sus jugadores entendieron que un clásico es más que tres puntos.
En cada clásico hay que poner en la cancha únicamente a los jugadores dispuestos que estén dispuestos a esfuerzos casi heroicos, que sean capaces de poner el alma junto al futbol, que comprendan que este deporte es colectivo, que entiendan que ninguna pelota es imposible si uno está consciente de que en cada acción hay que brindar un segundo esfuerzo, y que, sobre todo, acepten que el brillo del equipo siempre debe estar por encima del lucimiento personal.
Chivas enfrentó el clásico con gran entereza anímica, con gran determinación y con hambre de victoria. A ratos jugó bien, a ratos regular y a ratos muy bien, pero los 94 minutos mantuvo la misma actitud de entrega total y de determinación para conseguir la victoria. Como sediento, como hambriento, como necesitado, Chivas luchó por los tres puntos, indispensables para seguir aspirando a la calificación.
Caso contrario ocurrió con un América de esfuerzos individuales, sin mística de equipo, sin compañerismo, desintegrado, en el cual el talento personal no se subordina a la fuerza del conjunto. Algunos jugadores en su nivel, como Guillermo Ochoa o Salvador Cabañas, pero otros sin demostrar porqué fueron contratados por esa institución, como Alfredo Moreno, Federico Insúa, Sebastián Domínguez, Enrique Vera o el “Negro” Medina, los cuales están con una enorme deuda ante sus aficionados y dirigentes.
Esta derrota es una humillación. A los integrantes del América les faltó vergüenza profesional para enfrentar un clásico, sabedores de que estaban de por medio el honor de disputar un clásico y tres valiosos puntos para seguir aspirando a calificar. Hoy están al borde de la eliminación matemática porque en muy pocos momentos del torneo han mostrado el alma, el corazón, el esfuerzo colectivo y la calidad para merecer portar esa camiseta. Hasta Ramón Díaz, con su impresionante palmarés en Argentina, ha sido un estrepitoso fracaso.
A tres fechas de que termine la fase de calificación, entre los ocho mejores del torneo, ha llegado el momento de borrar un nombre: América. Y debe ser muy motivante para la gigantesca legión de seguidores, agregar al equipo que está pelando con uñas y dientes, a sangre, sudor y lágrimas su calificación: Chivas.