Cultura
La vigencia de Alfonso Reyes
Itinerario
GUADALAJARA, JALISCO.- La coyuntura obligada en 2010 es la conciencia de lo que es la mexicanidad. La identificación de los rasgos y valores preponderantes del carácter que como sociedad expresamos, pese a una cada vez mayor defensa de la individualidad. Si en los antecedentes al tópico nos encontramos con grandes pensadores como Samuel Ramos, Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Octavio Paz, por citar a los más resonantes, en la década que ya concluye seguramente las aportaciones existen, mas desconocemos aún sus dimensiones.
Con el intento de definir y entender lo que somos, quizá el perfil de Alfonso Reyes sea el que más significado tiene. La preferencia del regiomontano no es en demérito de los otros dos, sino por su auténtica aportación a las letras y pensamiento latinoamericano.
Los grandes escritores mexicanos e hispanohablantes hacen notar en la obra de Alfonso Reyes un pilar de la cultura americana, que en el siglo XX tuvo la suerte de concretarse como resumen de lo que los pueblos y las etnias de América española han hecho y dejado de hacer.
Recordar a Reyes un día después de su aniversario luctuoso (17 de mayo de 1889-27 de diciembre de 1959) presenta la oportunidad de leer o releer su obra, pero al mismo tiempo, recordar lo que otros grandes pensaron y expresaron sobre su persona y obra.
Octavio Paz: “Reyes, el enamorado de la mesura y la proporción, hombre para el que todo, inclusive la acción y la pasión, debería revolverse en equilibrio, sabía que estamos rodeados de caos y silencio. (…) Pero nunca intentó aherrojar al instinto, suprimir la mitad oscura del hombre. Ni en la esfera de la ética ni en la de la estética -menos aún en la política- predicó las virtudes equívocas de la represión. A la vigilia y al sueño, a la sangre y al pensamiento, a la amistad y a la soledad, a la ciudad y a la mujer, a cada parte y a cada uno, hay que darle lo suyo. La porción del instinto no es menos sagrada que la del espíritu. (…) El hombre es una vasta y delicada alquimia. La operación humana por excelencia es la transmutación, que hace la luz de la sombra, palabra del grito, diálogo de la riña elemental”.
Carlos Fuentes: “Alfonso Reyes vivía en una casita color mamey junto al Hotel Marik en Cuernavaca. Me invitaba a pasar temporadas con él y como yo era adolescente y flojo sólo le acompañaba a partir de las once de la mañana, cuando Don Alfonso se sentaba a florear a las muchachas que pasaban por la plaza que entonces lo era de laureles y no de cemento; (…) Luego íbamos al cine para darnos un baño de épica y sólo en la noche me empezaba a fregar Don Alfonso, a reclamarme mis ausencias, mis lagunas, ¿cómo es posible que no hayas leído a Laurence Sterne?, no has entendido bien a Stendhal, el mundo no empezó hace diez minutos”.
Xavier Villaurrutia: “Espíritu de mesurada persuasión, Alfonso Reyes no ha querido ser en América un maestro de juventudes, quizá porque comprende cuánto limita una postura de dogmatismo y admonición. Su conocimiento, su trato con las cosas que se refieren a nuestro continente, es, aunque cuidadoso y paciente, alejado. Tal vez por ello ha logrado ver y sentir con serenidad conflictos que los iberoamericanos defienden con entusiasmo pero con pasión ciega. Atento a los más diversos problemas, los ha resuelto con exactitud y juicio; ha señalado injusticias y desconocimiento de nuestra lengua y literatura, y lo ha hecho con inteligencia y, a menudo, con ironía. (…) Acude a señalar los mejores gramáticos que en el siglo XIX ha tenido la vieja y única lengua española: Bello y Cuervo, ambos americanos”.
Con el intento de definir y entender lo que somos, quizá el perfil de Alfonso Reyes sea el que más significado tiene. La preferencia del regiomontano no es en demérito de los otros dos, sino por su auténtica aportación a las letras y pensamiento latinoamericano.
Los grandes escritores mexicanos e hispanohablantes hacen notar en la obra de Alfonso Reyes un pilar de la cultura americana, que en el siglo XX tuvo la suerte de concretarse como resumen de lo que los pueblos y las etnias de América española han hecho y dejado de hacer.
Recordar a Reyes un día después de su aniversario luctuoso (17 de mayo de 1889-27 de diciembre de 1959) presenta la oportunidad de leer o releer su obra, pero al mismo tiempo, recordar lo que otros grandes pensaron y expresaron sobre su persona y obra.
Octavio Paz: “Reyes, el enamorado de la mesura y la proporción, hombre para el que todo, inclusive la acción y la pasión, debería revolverse en equilibrio, sabía que estamos rodeados de caos y silencio. (…) Pero nunca intentó aherrojar al instinto, suprimir la mitad oscura del hombre. Ni en la esfera de la ética ni en la de la estética -menos aún en la política- predicó las virtudes equívocas de la represión. A la vigilia y al sueño, a la sangre y al pensamiento, a la amistad y a la soledad, a la ciudad y a la mujer, a cada parte y a cada uno, hay que darle lo suyo. La porción del instinto no es menos sagrada que la del espíritu. (…) El hombre es una vasta y delicada alquimia. La operación humana por excelencia es la transmutación, que hace la luz de la sombra, palabra del grito, diálogo de la riña elemental”.
Carlos Fuentes: “Alfonso Reyes vivía en una casita color mamey junto al Hotel Marik en Cuernavaca. Me invitaba a pasar temporadas con él y como yo era adolescente y flojo sólo le acompañaba a partir de las once de la mañana, cuando Don Alfonso se sentaba a florear a las muchachas que pasaban por la plaza que entonces lo era de laureles y no de cemento; (…) Luego íbamos al cine para darnos un baño de épica y sólo en la noche me empezaba a fregar Don Alfonso, a reclamarme mis ausencias, mis lagunas, ¿cómo es posible que no hayas leído a Laurence Sterne?, no has entendido bien a Stendhal, el mundo no empezó hace diez minutos”.
Xavier Villaurrutia: “Espíritu de mesurada persuasión, Alfonso Reyes no ha querido ser en América un maestro de juventudes, quizá porque comprende cuánto limita una postura de dogmatismo y admonición. Su conocimiento, su trato con las cosas que se refieren a nuestro continente, es, aunque cuidadoso y paciente, alejado. Tal vez por ello ha logrado ver y sentir con serenidad conflictos que los iberoamericanos defienden con entusiasmo pero con pasión ciega. Atento a los más diversos problemas, los ha resuelto con exactitud y juicio; ha señalado injusticias y desconocimiento de nuestra lengua y literatura, y lo ha hecho con inteligencia y, a menudo, con ironía. (…) Acude a señalar los mejores gramáticos que en el siglo XIX ha tenido la vieja y única lengua española: Bello y Cuervo, ambos americanos”.