Cultura
Itinerario
Astillas de un fuego
José Clemente Orozco hizo sus primeras apariciones en la prensa capitalina como uno de los estudiantes que organizaron la huelga en la Academia de San Carlos, por no estar de acuerdo con la reglamentación impuesta por su director, Antonio Rivas Mercado.
Era junio de 1909 y el clima revolucionario ya estaba en las redacciones de los diarios, impulsado por los artistas que se resistían a continuar con los cánones de la Escuela de París, hasta ese entonces tan en boga en la Ciudad de México, y que les impedía expresar el sentir social y las aportaciones plásticas que se experimentaban.
En los ámbitos nacionales empezaba a recorrer los caballetes un indigenismo que alcanzaba a ser teorizado por intelectuales y practicado como vértebra de discurso por los políticos. A ese indigenismo y a cualquier otro posterior, José Clemente Orozco se negó, tanto en su comunión ideológica como en lo que correspondía a su visión estética como artista que era. Hace una puntual y precisa crítica sobre el lazo político del momento con el arte de Diego Rivera. Y hace explícito su reniego al indigenismo en 1926.
Le venía el compromiso de creador desde otra vena que nada tenía que ver con la línea autocompasiva por la que sus contemporáneos se inclinaron. Había aprendido como fase ética, del anonimato de José Guadalupe Posada; de su profecía gráfica de la Revolución; de su conquista popular por sus gráficos de nota roja. La muerte de Posada en 1913, inadvertida, dejó a Orozco esas convicciones estéticas y éticas que lo llevaron a caracterizar una obra de gran impacto visual y alta congruencia artística, que le provocaran en las páginas de la crítica –apenas se desdoblaban sus muros– frases y exaltaciones como: “Orozco plasma líneas contrastantes, colores ásperos, sucesos hiperdinámicos en paisajes terremoto”.
Para muchos muralistas la catapulta al movimiento creador y a la fama, en algunos casos, se debió a la visión de un funcionario y artista como fue José Vasconcelos. Y una vez que el manto de éste desvaneció, muchos grandes nombres muralistas con él lo hicieron. Sin embargo, Orozco mantuvo su crecimiento y valoración, incluso cada vez más, por culturas ajenas y críticos lejanos. Y al perder su empleo en los muros de Vasconcelos (Escuela Nacional Preparatoria, Secretaría de Educación Pública), Orozco es recogido por Julio Torri en el departamento editorial de la SEP. El poeta Juan José Tablada sería desde siempre, uno de sus más eficientes promotores dentro y fuera del país, y por quien “El Manco” llegó a contar con más de un empleo que le permitió ahondar su talento y mostrar al mundo sus potencialidades plásticas.
Las propuestas y convicciones de José Clemente Orozco han sido dichas por él mismo: “La verdadera obra de arte, del mismo modo que una nube o un árbol, no tiene que hacer absolutamente nada con la moralidad ni con la inmoralidad, ni con el bien ni con el mal, ni con la sabiduría ni con la ignorancia, ni con el vicio ni con la virtud. Una pintura no debe de ser comentario sino el hecho mismo; no un reflejo sino la luz misma; no una interpretación sino la misma cosa por interpretar. No debe connotar teoría alguna ni anécdota, relato o historia de ninguna especie. No debe contener opiniones acerca de asuntos religiosos, políticos o sociales; nada absolutamente fuera del hecho plástico como caso particular, concreto y rigurosamente preciso…”
Hoy recordamos el fallecimiento de este Hombre de fuego, hace 60 años.
Era junio de 1909 y el clima revolucionario ya estaba en las redacciones de los diarios, impulsado por los artistas que se resistían a continuar con los cánones de la Escuela de París, hasta ese entonces tan en boga en la Ciudad de México, y que les impedía expresar el sentir social y las aportaciones plásticas que se experimentaban.
En los ámbitos nacionales empezaba a recorrer los caballetes un indigenismo que alcanzaba a ser teorizado por intelectuales y practicado como vértebra de discurso por los políticos. A ese indigenismo y a cualquier otro posterior, José Clemente Orozco se negó, tanto en su comunión ideológica como en lo que correspondía a su visión estética como artista que era. Hace una puntual y precisa crítica sobre el lazo político del momento con el arte de Diego Rivera. Y hace explícito su reniego al indigenismo en 1926.
Le venía el compromiso de creador desde otra vena que nada tenía que ver con la línea autocompasiva por la que sus contemporáneos se inclinaron. Había aprendido como fase ética, del anonimato de José Guadalupe Posada; de su profecía gráfica de la Revolución; de su conquista popular por sus gráficos de nota roja. La muerte de Posada en 1913, inadvertida, dejó a Orozco esas convicciones estéticas y éticas que lo llevaron a caracterizar una obra de gran impacto visual y alta congruencia artística, que le provocaran en las páginas de la crítica –apenas se desdoblaban sus muros– frases y exaltaciones como: “Orozco plasma líneas contrastantes, colores ásperos, sucesos hiperdinámicos en paisajes terremoto”.
Para muchos muralistas la catapulta al movimiento creador y a la fama, en algunos casos, se debió a la visión de un funcionario y artista como fue José Vasconcelos. Y una vez que el manto de éste desvaneció, muchos grandes nombres muralistas con él lo hicieron. Sin embargo, Orozco mantuvo su crecimiento y valoración, incluso cada vez más, por culturas ajenas y críticos lejanos. Y al perder su empleo en los muros de Vasconcelos (Escuela Nacional Preparatoria, Secretaría de Educación Pública), Orozco es recogido por Julio Torri en el departamento editorial de la SEP. El poeta Juan José Tablada sería desde siempre, uno de sus más eficientes promotores dentro y fuera del país, y por quien “El Manco” llegó a contar con más de un empleo que le permitió ahondar su talento y mostrar al mundo sus potencialidades plásticas.
Las propuestas y convicciones de José Clemente Orozco han sido dichas por él mismo: “La verdadera obra de arte, del mismo modo que una nube o un árbol, no tiene que hacer absolutamente nada con la moralidad ni con la inmoralidad, ni con el bien ni con el mal, ni con la sabiduría ni con la ignorancia, ni con el vicio ni con la virtud. Una pintura no debe de ser comentario sino el hecho mismo; no un reflejo sino la luz misma; no una interpretación sino la misma cosa por interpretar. No debe connotar teoría alguna ni anécdota, relato o historia de ninguna especie. No debe contener opiniones acerca de asuntos religiosos, políticos o sociales; nada absolutamente fuera del hecho plástico como caso particular, concreto y rigurosamente preciso…”
Hoy recordamos el fallecimiento de este Hombre de fuego, hace 60 años.