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Los jueguitos del poder

El país de los objetos perdidos se me reveló como una realidad que transformó, radicalmente, la visión que tenía de las cosas y de los hechos. Muchos años después, me encontré con otra realidad pero muy semejante: en el Centro de Arte Moderno, con don Miguel Aldana, colgaban de los muros imágenes de la Guadalajara que nunca fue. Se trataba de fotografías, maquetas, planos, párrafos y estudios que desvelaban los proyectos que nunca llegaron a realizarse. Cabe señalar que de haberse llevado a cabo, la ciudad sería, sin duda, todavía más moderna y complicada de lo que la conocemos.

Los proyectos, eso son: embriones o cimientos de lo que deseamos. Y su existencia deja evidencia de la iniciativa y de la creatividad, de la necesidad y de la necedad; algunos no consiguen el desarrollo de manera inmediata por lo inmenso y paulatino de su naturaleza, otros quedan descartados por su inviabilidad o costo, y unos más por haberse encontrado en su camino con opositores convincentes. Pero existen proyectos, regularmente estos últimos, que su concreción solo es cuestión de espera y su llegada depende de mejores tiempos. Un ejemplo es el hotel proyectado a finales de los años 70 sobre Prolongación Américas, muy cerca de Sao Paulo, y que solo fue posible apenas hace un par de años.

La arquitectura siempre es adaptable a las necesidades y a los presupuestos, y de ahí que su flexibilidad permita la sobrevivencia de sus proyectos. Lo que la puede hacer inadaptable y por ende imposible, es que se encuentre originada en una realidad ajena o lejana de su destinatario. Y entonces, de poco puede servir que se trate de un proyecto estudiado por años y al que se le ha invertido tiempo, dinero y esfuerzo.

La reciente oposición -contante y sonante- que ha recibido el proyecto de la Villa Panamericana por la mayoría de los representantes de la comunidad tapatía, es un signo oficial, legal, demócrata, ciudadano y ético que se debe respetar y considerar para medir el sentir del destinatario de dicho proyecto: la ciudadanía. Hacer lo contrario solo es signo de autocracia y miopía, irresponsabilidad y desprecio por los gobernados.

Si las autoridades han sido ineficientes para convencer de los privilegios de la construcción de la Villa, y en segundo término, de su construcción en el Parque Morelos, la solución no está en la imposición a la decisión emitida por los representantes -regidores en este caso- de no endeudar al Ayuntamiento de Guadalajara, de buscar otros sistemas de financiamiento y de reubicar el complejo habitacional.

Las reglas del juego no han sido respetadas. Ni desde la emisión de la convocatoria para obtener un constructor, ni desde las condiciones en las que se harían las aportaciones entre los participantes, incluidos gobiernos estatal y federal. Vamos, ni el mismo proyecto arquitectónico original ha sido respetado. Y bajo esa lógica, como autoridad municipal, tampoco se quiere respetar la decisión de la mayoría de los tapatíos, representada en los regidores que votaron contra una deuda más.

A los gobernantes poco les interesa la opinión del ciudadano. Y las autoridades actuales de Guadalajara lo han demostrado con ahínco. ¿Por qué mostrar necedad ante la gran oposición contra la Villa Panamericana, primero por los ciudadanos ante el lugar elegido, y ahora por sus representantes populares por el pretendido endeudamiento? ¿Acaso porque se tiene el poder y no la razón?, ¿Acaso porque entienden que gobernar es endeudar? Estamos a unos meses de que concluya la administración que entendió al gobierno municipal como una oficina para organizar los Juegos Panamericanos; todo lo demás no lo consideró como su responsabilidad; y de ahí que estemos a unos meses también, de que concluya una de las administraciones más grises, cuestionadas y vergonzosas que haya tenido Guadalajara.

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