Lunes, 10 de Noviembre 2025

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Elite y poder

Por: EL INFORMADOR


Hubo un lejano tiempo en que la palabra elite no sólo no repugnaba sino que era considerada como el producto óptimo que debía generar toda  sociedad. Lograr pertenecer a la elite militar, económica, o intelectual, no era desde luego cuestión de sobornos o compadrazgos, sino fruto de un esfuerzo de especialización, probado por el tiempo y por los hechos.

El término sin embargo, se vuelve peyorativo en la medida que el ascenso a la elite trae como consecuencia la alienación con respecto al conjunto de la sociedad, produciéndose así una ruptura marginadora; se hablará entonces de elitismo, como un fenómeno social que distancia a los grupos lejos de integrarlos en la vivencia común de la identidad, la cultura y el proyecto social.

Las elites así alienadas pueden por supuesto continuar su vida errática y flotante, construyendo mundos artificiales que confunden con el mundo real, sin que esto sea drásticamente perjudicial para el resto de la sociedad; el problema se presenta cuando este tipo de elites, por las razones y caminos que sean, de pronto llegan al poder y se constituyen en líderes de una sociedad que desconocen, y comienzan a tomar decisiones desde su mundo cerrado, que deben aplicarse al mundo real, generando verdaderas catástrofes.

Guadalajara no es para nada ajena a este fenómeno, adicionalmente fortalecido por la instauración de los “cotos privados”, donde el poder del dinero es utilizado no sólo para alejarse del resto de la ciudad, sino para impedir a la ciudad que influya en su vida, que le transmita sus valores, su tradición, su identidad. Estas realidades vitales para el desarrollo de la vida,  los elitistas pretenden adquirirlas en el estilo California, en el mobiliario hindú, en Nueva Zelanda o en los “pub” de Londres, vía Houston. Paradójicamente no pocas universidades, igualmente “privadas”, han sido desde hace ya un buen tiempo, el camino más rápido para perder la identidad cultural y volverse sarcásticamente en contra de ella, creyéndose una especie de casta superior, dedicada por lo mismo a hacer el ridículo hasta en la forma de hablar el español en clave de “o sea”.

Tampoco la administración pública regional se ha librado de caer en poder del elitismo, de ello han dado sobrada muestra varias administraciones en más de un municipio de la zona metropolitana, municipios en los que alcaldes y regidores caen como procedentes del planeta Marte, decididos a cambiar las “vocaciones” de sus comunidades sin acordarse de pedirles permiso, o juzgando su identidad, tradición y cultura como si ellos, carentes de todo esto, supieran de lo que hablan; algunos de estos funcionarios incluso han acabado en función de profetas bíblicos, desde luego no por la vida, sino por la postura, confundiendo de paso a Lenin con Marx, juzgando a la sociedad desde su alta investidura, para mejor mostrar su patético desarraigo.

No es la administración pública el sitio del elitismo, sino el espacio del ejercicio político, que, cuando es auténtico, o nace del pueblo o sabe siempre reencontrarse con él.

ARMANDO GONZÁLEZ ESCOTO / Licenciado en Historia.

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