He decidido que de vez en vez, de cuando en cuando, yo misma escriba estas colaboraciones y así no correr el riesgo de las irrealidades que pueden provocar supuestos imaginarios. Soy Marta Cuellar Cuevas –Martita por la voz de mi padre–, nací aquí en Guadalajara hace 33 años en una maternidad común, asistida por un ginecólogo que curiosamente había sido conocido de mi padre en las infancias de ambos y que irónicamente no habían vuelto a verse hasta que yo aparecí. ¿Mi nacimiento? Nada de cesárea, todo a la “antigüita” y la verdad, aunque yo sí lo sé, nadie recuerda si lloré al nacer. Lo sé porque mi destino no estaba marcado por un accidente –así lo haya habido–, es un consenso entre Dios y yo acordado desde el principio de los tiempos, sin lugar a dudas o retracciones. Para efectos prácticos soy una mujer con discapacidad intelectual, antes me hubieran llamado “retrasada mental”, expresión que aún algunos refieren para dolor mío; mi lenguaje es pobre y en ocasiones confuso, como el de algunos poetas a los que por cierto aspiro convocar cuando conozcan mi naturaleza; me doy cuenta del mundo que me rodea, pero no logro entenderlo, está lleno de contradicciones; sólo distingo el presente, pero guardo mis recuerdos para gozar el futuro. Jamás me he preguntado si hay después del después, transcurren mis días haciendo siempre lo de siempre, que es subir y bajar por la escalera de Jacob, ésa que se construyo para uso exclusivo de los ángeles; como soy un epígono de Dios, tengo tareas pero ninguna con meta. Te hablaré brevemente de mi currículo: no estudié filosofía, pero soy capaz de hacerte feliz. Mi principal logro y si mucho me animas, el más importante en mi vida: me gradué, desde mi acuerdo al nacer, de impulsora liberadora de la caridad humana en su más amplio y estricto sentido; soy un despertador que interrumpe el sueño estático de la indiferencia y el egoísmo; inervo la zona que todos tenemos de la solidaridad. Vivo en un mundo de silencio, sola y escuchándome a mi misma, mis reflexiones no son de carácter intelectual, son estrictamente oraculares. Por todo lo anterior, te podrás imaginar que se vuelve tarea imposible juzgarme, tarea además inútil porque soy, como muchos otros, de naturaleza desconocida para los alcances terrenales. Abundo mis comentarios acerca de mí, de mi naturaleza, de mi presencia en la tierra, de mi visión y misión –jerigonza gremial y sofisticada– de mis anhelos, de mis angustias, de mis melancolías, de mis alegrías, de mis fortalezas de mis ningunas debilidades, a pesar de ser extremadamente frágil y vulnerable. Soy una causa, por así decirlo, que requiere sacrificio de los que me rodean, sin ese sacrificio mi destino es la frontera de la inhumanidad y por contradictorio que suene soy un ser perfecto presente en la tierra con la ingente necesidad de apoyo, lo suficientemente fuerte para cuidarme y así, con esa fuerza arrolladora, convertir mi fragilidad en una sólida construcción de amor –¿les platico una confidencia? Antes de nacer, una vez acordado mi designio, ya sabía quié era mi mama– con estos breves y someros comentarios termino esta colaboración pidiendo que a todos los seres como yo los vean mirando sus prodigios y olviden sus carencias, que no se confundan pensando que no pueden esperar nada de mi, de nosotros, que nunca olviden que a pesar de nuestra modesta y discretísima presencia en este mundo, somos capaces de provocar inmensas alegrías, basta que vean en mi eterna sonrisa causada por la seguridad de mi estación final: La Eterna Felicidad. Estaremos en contacto y un Laus Deo como final.’