Lo bueno de este Nobel de Literatura del 2016 es que lo conocen hasta quienes no lo conocen. Porque Bob Dylan no es solamente un poeta y cantante con una vida interior que ya quisiera un personaje de Dostoievski para un día domingo: es una estrella de pop incuestionable. Aunque para los llamados milennials pueda ser tan lejano como la prehistoria, Dylan prácticamente inventó cómo ser un rockstar. Al contrario de lo que pasa cuando los suecos le dan el premio dichoso a un autor de lengua y geografía distante (y todo termina en una serie de chistes matangas sobre la pronunciación del apellido del ganador), esta vez hay varios millones de mexicanos que sienten que tienen una relación personal con Dylan. Hasta yo, que no crecí escuchándolo y que rara vez lo convoco a mis audífonos, la tengo.Sucedió así. Mi amigo Juan Carlos, hace más de veinte años, me regaló un cartapacio lleno de traducciones de letras de rock (con sus originales al lado): y allí estaba ampliamente representado Dylan, sí, y también Leonard Cohen, Lou Reed, Nick Cave, Jim Morrison. No tenía los discos de todos esos monstruos y tardé en conseguirlos. A todos ellos, pues, los conocí en realidad como poetas. Y, a lo mejor por eso, todavía prefiero a algunos como poetas que como músicos (no me adornaré posando de exquisito: prefiero, en general, cantantes más gritones y guturales y tamborazos más estridentes). Y, bueno, lo innegable es que varios de ellos son escritores por pleno derecho. Dylan, Cohen y Cave además han escrito narrativa, ensayos. A lo que voy es a que el que quiera leer a Bob Dylan, puede hacerlo. Y en una de esas, comenzar con una colección de prosas alucinadas, llamada Tarántula, que publicó en México el sello Océano en su colección “Hotel de las Letras” y que alguno de los lectores ya tendrá, quizá, en sus estantes.Poemas, canciones, diarios y textos de Dylan se encuentran, además, repartidos en libros que han publicado en castellano (y que, velozmente, estarán de regreso en las mesas de novedades) editoriales como Visor (George Jackson y otras canciones, en edición bilingüe), Global Rythm Press, la ya mencionada Océano, y otros con menos distribución entre nosotros, como Fundamentos y Art Blume (pero que, seguramente, alcanzarán a llegar a nuestras librerías). Por si fuera poco, existe una buena cantidad de volúmenes con entrevistas y con acercamientos biográficos y hasta académicos a la obra del cantautor estadounidense. Así que, lejos de ser la catástrofe para el sector librero que algunos preconizan, el premio dará oportunidad a varios sellos independientes de colocar algunos miles de ejemplares, cosa que no está nada mal.¿Qué falta agregar? Que el premio a Dylan es un reconocimiento a la poesía cantada, un género tan viejo como la humanidad (y eso, lejos de los rupturismos que muchos aplauden, es lo que dijo el acta de la Academia: que Dylan era premiado por “innovar en la tradición”). Y una caricia a la literatura y el arte popular, ese que tantos iluminados denuncian y tratan de asesinar cada vez que pueden.