Jueves, 18 de Abril 2024

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Todos somos parientes

Por: Sergio Aguirre

Todos somos parientes

Todos somos parientes

En mis manos tengo un excelente libro, “Una Nación Conservadora” de John Micklethwait y Adrian Wooldridge. Ahí se explica el porque Estados Unidos es tan diferente de otros países de primer mundo. Si bien cuando se escribió el libro y se tradujo (2004 y 2006 respectivamente), los mismos autores reconocían dicho país no había logrado producir una extrema derecha xenófoba con la posibilidad de llegar al poder, eso no lo descalifica entender el arribo de Trump y pero no los eventos ocurridos recientemente en Charlottesville, Virginia, por motivos raciales, dejando heridos y tres muertos.

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Las protestas de los supremacistas blancos -incluyendo nazis- fueron en contra de la orden de retiro de la una estatua de Robert E. Lee -comandante general y principal defensor de la esclavitud en la guerra civil norteamericana- en dicha población. Ante ellas, se dieron contra manifestaciones antirracistas con confrontación física dejando heridos y muertos. A decir de los citados autores, el conservadurismo es la base o la raíz del nacionalismo estadounidense. Y ojo. Se encuentra en todos lados, tanto en los demócratas como en los republicanos y cualquier otro signo político. El conservadurismo -a decir de ellos- basándose en las ideas de Edmund Burke, se basa simplificándolo en seis principios. Profunda desconfianza hacia el poder del gobierno, libertad antes de igualdad, patriotismo, creencia en la jerarquía e instituciones, escepticismo acerca de la idea de progreso y elitismo.

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El conservadurismo de gringo exagera los tres primeros y contradice los tres últimos. Patriotismo desbordado, radical desprecio al gobierno, la desigualdad les importa un comino. Es populista (buenos contra malos, etcétera), creen poder cambiar todo a la buena o a la mala; como vaqueros de película del “Viejo Oeste”. Y mandan al diablo las instituciones. Además son varios los grandes grupos de conservadores: los ultra individualistas (recortes de impuestos y demás), los pro armas, los del moralismo cristiano y del nacionalismo militarista. Como el lector habrá notado, es casi un descripción de lo ofrecido y lo dicho por Trump. Así se explica y entiende su arribo junto con la novedad de la xenofobia para y en el poder.

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El racismo se contuvo en los años 60 y 70, con la lucha por los derechos civiles. Pero ahora la xenofobia es alentada por su propio presidente, lo cual es gravísimo. Se trata de un remanente histórico del esclavismo y su abolición mediante la guerra civil de los estados del Sur (incluyendo a Virginia) entre 1861 y 1865 contra el Norte. Los supremacistas blancos se dicen víctimas de los negros, hispanos, judíos y en general de los otros. Así justifican sus abominables reclamos. Y todo con la complacencia trumpiana. A decir de Trump, es tonto remover monumentos, como si fuera el del motivo del desgarriate de alguien de presumir. Afirmar la bondad de ambos bandos se traduce en equiparar a un nazi con un activista judío antiracista. Comparar a Washington con Roberte E. Lee como lo hizo Trump, es también una salvajada.

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El racismo es incluso idiota (como Trump). Significa despreciarse a sí mismo. Todos tenemos a un hombre y una mujer como antepasado, un Adán y Eva genéticos. De una forma u otra todos, somos parientes.

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