Viernes, 29 de Marzo 2024
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Temas para reflexionar

Por: Flavio Romero de Velasco

Muy lejos de ser popular ha sido el cobro de impuestos. Un estudio histórico ha concluido, que el presidente más nefasto, Antonio López de Santa Anna, es quien ocupa el primer lugar en afanes recaudatorios.

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En su megalomanía se hizo llamar Benemérito de la Patria en grado heroico; Gran Almirante y Mariscal de los Ejércitos. Alteza Serenísima y Príncipe Presidente; finalmente se conformó con el de Gran Director. Este personaje, 11 veces presidente, fue el precursor del impuesto sobre tenencia y uso de vehículos. Ante la insuficiencia de recursos, en tanto llegaban los primeros siete millones de pesos de los 10 en que vendió el territorio de La Mesilla a los Estados Unidos, otorgó concesiones para abrir tabernas, cantinas, casas de juego y prostíbulos, así como concesiones para practicar impunemente el contrabando. Se decretaron contribuciones de emergencias y gravámenes apremiantes para financiar las quebradas arcas del Gobierno. Se cobraron dos  pesos por canal por medio de los que estaba comunicada entonces la capital; un peso por cada pulquería, hotel, café y fonda que contara con una sola puerta, y tres pesos si tenía más. Medio real por casa, puesto fijo o ambulante, y cinco pesos por cada coche, carretela o carruaje de cuatro asientos; dos pesos y medio por los de dos asientos, y de tres a cinco pesos los carruajes de alquiler. También se cobraba un peso mensual por cada perro y cada animal doméstico. Las multas que se imponían a los infractores, no eran muy distintas de las que se aplicaban apenas hace algunos años, desde tres tantos de la multa por no hacer el pago, hasta la confiscación. Con diferencias de época y circunstancias, todo sigue siendo lo mismo en el área de las cobranzas gubernamentales.

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La vida, antes de matarnos por vez última y definitiva, ensaya en nosotros infinidad de modos de muerte: la soledad, la traición, el abandono, la enfermedad, y los inmensos males del mundo que pesan sobre nuestra conciencia: discriminaciones humillantes; niños aterrorizados y hambrientos; pueblos inermes arrasados; atropellados inenarrables; injusticias sin fin… Todo ello es muerte anticipada, deseo de no vivir.

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El debate entre radicales de cualquier signo termina siempre entre en descalificaciones e insultos, e invariablemente deja la sensación en la opinión pública de que no hay ninguna posibilidad de avenimiento en sus diferencias, sino saldos en términos de triunfos relativos y derrotas humillantes, con la consiguiente secuela de odios y revanchas.

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En nuestros días, la costumbre de expresar condolencias se hace públicamente en grandes y ostentosas esquelas periodísticas. Para mí, el dolor del alma no es para publicarse, sino para sentirse.

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