Viernes, 29 de Marzo 2024

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Temas para reflexionar

Por: Flavio Romero de Velasco

Dos disparos hechos por un ultranacionalista serbio el 28 de junio de 1914 cambiaron el rumbo de la historia. La mañana de ese domingo, Gavrilo Princip, inspirado en similares atentados cometidos por la organización Mano Negra, asesinó al archiduque Francisco Fernando, quién debía heredar la corona del poderoso imperio Austrohúngaro, y a su esposa, la duquesa Sofía Chotek. El magnicidio desató una serie de eventos que desembocaron en uno de los conflictos más sangrientos del siglo XX: La Primera Guerra Mundial. El atentado de Sarajevo cimbró a Europa y desató el furor bélico. A las intrigas e intereses palaciegos, se unieron una serie de falsedades urdidas en San Petersburgo, Viena, Berlín, París y Londres. Los intelectuales no fueron ajenos a ese delirio… con excepciones notables como el Premio Nobel francés Romaní Rolland, quién escribió un diario sobre el conflicto en el cual expresa sus tribulaciones, quién lanzó uno de esos gritos de conciencia libre frente a la barbarie. “Es horrible vivir en medio de esta humanidad demente y asistir, impotente, a la bancarrota de la civilización”.

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Esta guerra europea es la catástrofe mas grande de la historia desde hace siglos, la ruina de nuestras mas santas esperanzas de fraternidad humana”. “En este conflicto mundial no hay atrocidades alemanas ni francesas, sino general e inevitablemente atrocidades militares; el soldado, sea cual sea su nacionalidad, vuelve a la barbarie en cuanto está en guerra”… La guerra se prolongó hasta 1918, seis meses antes de que se firmara el Tratado de Versalles el 28 de junio de 1919, cinco años después del asesinato de Sarajevo.

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La mejor manera de defender nuestro modo de pensar, es defender la libertad que tienen los demás para pensar a su modo; quién es intolerante con los demás, a gritos está pidiendo la intolerancia para sí mismo.

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Salim Ben Ezra, considerado como el hombre más sabio de Bagdad, se sonreía al conocer algunas prácticas de los cristianos. Decía con divertido asombro: “Sus clérigos prometen no tocar jamás a una mujer; otros hacen voto perpetuo de silencio. Y, sin embargo, el amor y la palabra son dos de los más grandes dones entre los muchos que Dios regaló al hombre. Por el amor se perpetúa la vida conforme al plan de quién nos creó. Por la palabra, el hombre trasciende y distingue de los animales… Me pregunto si nos es lícito renunciar a esas hermosas dádivas del Creador. ¿Los hombres pueden enmendarle la plana a quién nos dio la vida?”

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Sobre las declaraciones laudatorias de mitin político y campañas electorales en favor de la mujer, están las costumbres, los mitos, la religión y el machismo que los desmienten. Son evidentes el sojuzgamiento, las iniquidades y las marginaciones de que son objeto. A todo ello se agrega el castigo que prohíbe a la mujer ser dueña de la ínsula de su cuerpo.

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La situación de encono que vivimos, puede llevarnos a una polarización que únicamente favorecería al simplismo ideológico de nuestros capitalistas primitivos, y al oscurantismo latente de quienes están dispuestos a desempolvar banderas de intolerancia y a cubrirse el pecho con escapularios guerreristas.

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Nuestro poeta Dr. Enrique González Martínez, ante el holocausto de Hiroshima y Nagasaki, escribió una conmovedora estrofa: Y vi la euritmia del átomo violada / y consumirse el corazón del mundo / en una gigantesca llamarada. / El mar sobre el planeta moribundo / fue una lágrima azul evaporada.

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Distanciado el estudiante de la realidad, queda incapacitado para afrontarla, engendrando en él un tipo inadaptado que vive sumido en una deprimente angustia: la de vivir por obligación.

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