Domingo, 19 de Enero 2025

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¿Será el crepúsculo?

Por: Antonio Ortuño

¿Será el crepúsculo?

¿Será el crepúsculo?

El paso del texto contenido en objetos impresos —libros, revistas— al del contenido en reproductores informáticos —lectores electrónicos, software pertinente para la computadora o tableta, redes sociales de la web— lleva años de acaparar las discusiones sobre el futuro de la edición. De tanto en tanto aparecen en la prensa despachos en los que se nos informa que los libros electrónicos ya rebasaron las ventas de los impresos en lugares como EU, Inglaterra o el Norte de Suiza. Esas noticias estimulan la salivación de los profetas digitales, que ya comienzan a mirar a quienes aún compramos libros impresos con la misma compasión que un chamaco que baja toda la música de la red dedica a los que frecuentan los mercadillos de discos en acetato.

Sin embargo, quizá sea aún pronto para que se cante la victoria final del Kindle (y sus hermanos) sobre los libros y revistas de la toda la vida. Veamos: los defensores de la digitalidad sostienen que, aunque la tecnología no alcanza todavía a la mayoría de los habitantes de aquellos países que no son EU, Inglaterra y el Norte de Suiza, eso sucederá pronto y el uso de los chunches informáticos y smartphones llegará a ser tan extendido como, por ejemplo, el del tostador de pan o el televisor. Es decir, que la tecnología se está abaratando y extendiéndose. Muy bien, salvo por el hecho de que cualquiera que posea un aparato informático sabrá que, al contrario de lo que sucede con un televisor, que uno compra y puede usar 20 años hasta que se cae de viejo, la vida útil de una computadora o smartphone es breve. Una computadora de tres años corre el riesgo de ser una reliquia en la que no se puedan “correr” los programas y navegue la red a la velocidad con que una de esas serenas trajineras cruza los canales de Xochimilco. Y no se diga lo que ocurre con una tableta o smartphone, cuyo sistema operativo y aplicaciones pueden cambiar (“actualizarse”) tres veces en un año, no siempre de manera gratuita. Vaya: mantenerse al paso de la tecnología requiere una inyección constante de dinero, lo cual choca de frente con las posibilidades económicas de buena parte de la humanidad.

Un texto impreso puede seguir su camino de mano en mano (fotocopias incluidas) hasta el día en que se desgasta tanto que se vuelve ilegible. Incluso si en su primera adquisición resulta caro (como muchas novedades editoriales hoy), para cuando llega, por ejemplo, a una librería de viejo o mesa de saldos, su precio ha bajado considerablemente. Del otro lado, un texto electrónico puede ser gratuito (al menos en esta fase de la internet es relativamente sencillo que suceda), pero los reproductores necesarios para leerlo (y su sostenimiento) son muy onerosos.

He allí el abismo que habrá que brincar. Si es que se brinca.

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