Siempre he sido un preguntón. Toda la vida hago preguntas. ¿Qué desayunaré hoy?, por ejemplo, es la primera del día; o ¿Qué pensará Dios de mí?, por ejemplo, antes de dormir. Cuando vivía la abuela, traía conmigo un rosario de preguntas en todas partes a donde me llevara y que ella contestaba con desgano algunas, y otras con verdadera desesperación. Todo parecía indicar que la hartaba. ¿La habré hartado siempre? Luego, cuando aprendí a leer, en el catecismo me encontré con las preguntas tan crudas del padre Alfredo R. Placencia, que siempre me han parecido tan sencillas y tan difíciles de contestar. Lo bueno que a mí no me gustan las respuestas. Solo las preguntas. Quizá por eso entre mis libros de cabecera está El libro de Dios. Cuando más tarde me encontré con los Diálogos de Platón, entendí que hacer preguntas es una forma fácil de entender la vida o al menos creer en eso, porque las preguntas llegaban como relámpagos incesantes que me dejaban tan cansado como satisfecho por encontrarle la lógica al mundo, y sentir que la inteligencia era como una mascota fiel a mi lado. Todavía puedo recuperar la sensación de superioridad cuando supe por qué los hombres y las mujeres buscan, siempre, a su media naranja: Platón menciona en El Banquete a un ser que reunía en su cuerpo el sexo masculino y el femenino y/o masculino-masculino y femenino-femenino. Estos seres invadieron el Monte Olimpo y Zeus los partió con un rayo, quedando divididos. “Desde entonces, se dice que el hombre y la mujer andan por la vida buscando su otra mitad”. Siempre he creído que de no haber leído a Platón, de cualquier manera yo hubiera escrito eso mismo, o quizá solo me lo hubiera preguntado. Creo que solo lo hubiera preguntado. Con Nietzsche fui un preguntón temeroso. Incluso llegué a pensar que preguntar después de haber leído a Nietzsche era así como preguntar lo que todos ya sabían responder. Y es que siempre me daba respuestas antes de que yo hiciera las preguntas y por eso lo quería y al mismo tiempo lo odiaba: no me daba oportunidad de ser, y en eso yo tenía mucha razón, solo que, yo tenía razón gracias a que él tenía razón primero: “El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”. ¿Qué, no?