El llamado “círculo rojo”, ese grupo de analistas, intelectuales y politólogos —la gran mayoría radicados en el DF— que dedican la suma de sus esfuerzos a interpretar los mensajes cifrados que se lanzan los personajes que mueven los hilos de las distintas fuerzas político-partidistas y que aseguran que saben cuál fue la intención en determinada frase o el propósito de tal o cual reunión, mantienen enfocadas sus baterías en el hasta ahora desaseado proceso de “refundación” en el PAN y en lo que hace y deja de hacer el Presidente Felipe Calderón. Las lupas se ubican prácticamente sobre un mismo sendero, ya que el Mandatario agota la mayoría de su tiempo y recursos en meter hasta los codos en las entrañas del blanquiazul, pero además impulsa cuestiones en las más altas esferas de la administración pública que resultan, por decir lo menos, cuestionables. Alimento para la especulación y los supuestos. Sólo a manera de ejemplo, tenemos ese famoso avión trasatlántico que quería comprar la administración calderoniana, en éstos sus últimos meses y que además de representar un gasto obsceno —ya que resultaría mucho más caro que el Air Force One de Barack Obama—, que sería improcedente hasta en algún emirato árabe que no sabe qué hacer con tanto petrodólar, pues simplemente quedaría para disfrute del que sigue, sí, de Enrique Peña Nieto. La explicación a ése y muchos otros desatinos se ubica, a decir de más de tres, en una suerte de acuerdo entre Calderón y Peña Nieto; algo así como me echo esas tremendas broncas a cambio de inmunidad. Y entonces cabría preguntar si realmente Calderón necesita una garantía de que no será perseguido judicialmente por los excesos de su círculo cercano y por las decenas de miles de muertes que se vinculan directamente con la guerra contra las bandas del crimen organizado. Y al margen de que efectivamente se podrían ventilar en tribunales los detalles finos de una errática guerra al narco, en la que seis años después lo único en claro es que el país es mucho más violento e inseguro y que centenares de municipios a lo largo y ancho del territorio nacional están literalmente en manos de bandas delincuenciales; y que es muy probable que el círculo cercano al Presidente sudaría la gota gorda si son sometidos a una auditoria profesional y exhaustiva, cabría preguntar si Peña Nieto realmente tiene la sartén por el mango o en función de solvencia y realidad simplemente no podría pedir cuentas en estas dos aristas. Los priistas tienen también lo suyo en cuestiones de honestidad y transparencia y entonces Peña Nieto, a los ojos del mundo, tendría que empezar por meter a la cárcel a media docena de ex gobernadores del tricolor, empezando con el de Coahuila, Humberto Moreira, y a medio centenar de funcionarios de primer nivel de administraciones estatales y municipales priistas, muchos de los cuales están vinculados directamente con los poderes fácticos que hoy cobijan al de Atlacomulco. Y por otro lado, no tiene más opción que mantener la guerra al narco más o menos en los mismos términos (aunque esperemos que con menos omisiones en la efectividad operativa y muchos menos excesos en el impacto social), ya que estructuralmente el Estado mexicano montado sobre estos rieles no puede hacer otra cosa, en tanto no se construyan los protocolos para atacar eficazmente el andamiaje financiero de la delincuencia organizada y se termine de depurar y certificar a las corporaciones policiacas. Además, no hay que olvidar la presión estadounidense para que se mantenga la lucha contra el hampa. Con estas cartas sobre la mesa se debería incluir como posibilidad que Calderón no es realmente el gran jugador de ajedrez que algunos suponen, sino simplemente un operador político que sabe sacar el mejor provecho posible a la coyuntura; o bien que no todo lo que hace tiene por único propósito el garantizar su inmunidad durante el próximo sexenio, sino que simplemente cerrará su administración tal y como la inició: dando tumbos. Los economistas y los físicos, a diferencia de los politólogos, tienen una herramienta para solucionar estos problemas, la navaja de Ockham: entre menos se supone, mejor; lo más simple es lo más verosímil.