Lunes, 13 de Enero 2025

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Mañas que agarra uno

Por: Paty Blue

Ojerosa, fatigada y con signos de no haberse perdido ni una parranda a lo largo del puente Guadalupe Reyes, se presentó la sobrina más borlotera al último ceremonial navideño en familia, comúnmente enunciado como la “partida de la rosca”. La palidez grisácea de su rostro hacía que destacaran las cuencas ennegrecidas de sus ojos que más de alguna criticona, como yo, aventuramos que sin duda obedecían a la nula limpieza facial de su maquillaje de temporada festiva. Pero su voz apenas audible y la temblorina que le entró a la hora de hundir el cuchillo en aquel amasijo previamente tasajeado por la mayoría, nos hizo percatarnos de que la falta de su habitual entereza fandanguera obedecía a algo más que las desveladas previas.

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Fue así que nos relató que, desde el primer día del año recién estrenado, y empujada por el sano deseo de comenzarlo en óptimas condiciones físicas, atendió a la receta purificadora que pescó en la Internet, dizque para desintoxicar el organismo purgando los excesos y permitir que su alborotado metabolismo volviera al orden, antes de empezar una dieta formal. Con el énfasis con que suele compartir sus hallazgos, aunque mermado por su actual condición, describió que llevaba cinco días alimentándose con nada más que una infusión consistente en jugo de toronja con vinagre de manzana y miel, pero sólo le faltaban otros cinco para completar el tratamiento sugerido por el infalible e imbatible doctor Google, ése al que muchos agarramos la maña de acudir al menor malestar que percibimos o la aparición de una dolencia que antes no se nos había presentado.

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Huelga decir que la sola descripción del brebaje nos frunció el epigastrio a toda la concurrencia, pero más nos alarmó la tozudez de la citada pariente, quien con idéntica vehemencia aseguró que se sentía, como luego dicen, del nabo, pero que ya había pasado lo más difícil y que no renunciaría a completar la dosis recomendada, porque la autodisciplina figuraba en el primerísimo lugar de su lista de propósitos.

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Y mejor haría en no criticarla porque yo misma era de ésas que con frecuencia recurría al famoso doctor amo de las redes y terminaba auto diagnosticándome, con todos los riesgos que eso conlleva y como si fuera muy entendida en la interpretación de los terminajos médicos que usualmente no comprendo, aunque un facultativo me los explique personalmente, con peras y manzanas. A resultas de empatar mis molestias con los síntomas descritos en alguna página desbalagada supuse, por ejemplo, que durante una temporada padecí una inflamación auditiva que lleva el exótico nombre de laberintitis y acaté las sugerencias para su tratamiento, sin lograr el remedio que conseguí cuando un otorrinolaringólogo me sustrajo un sólido tapón de cerilla.

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Pero la más espeluznante experiencia que tuve, por andar hurgando en donde no debo fue cuando, por un dolor de muela que iba indistintamente de la mandíbula inferior, luego a la superior y terminaba en la frente, consulté al médico virtual y deduje que se trataba de una neuralgia del trigémino. Lo malo es que con mi propio diagnóstico llegué al hospital donde un galeno, tan irresponsable como yo, me tomó la palabra y lo dio por atinado, de modo que con carácter de urgencia (y porque contaba yo con seguro de gastos médicos) me internó en el nosocomio, me practicó incontables exámenes y me notificó que, de los cuatro jinetes del Apocalipsis, yo traía cinco. Tras tres días encamada, ocho piquetes en cada brazo y hasta una tomografía craneal, salí como entré y mi dentista, por sólo 400 pesos, me extirpó el origen de mis males.

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