Dentro de muchas de nuestras familias existe un tipo de miembro que aprovecha, cuánta oportunidad tiene, para juzgar a los que considera moralmente que están mal. Es una especie de adicción a vivir en un moralismo fundamentalista, por sentirse una buena persona, y considerarse el sustento de lo que está bien o mal. Y además se llegan a sentir con el derecho a acusar y a señalar a los parientes que, según ellos, se están portando mal. Y peor aún, se alzan con el deber de intervenir y de querer ajustar cuentas, y en su momento sentenciar y condenar a los “pecadores”. Los adictos suelen sufrir mucho por estos familiares extremistas, que sin darse cuenta, suelen hacer mucho daño con sus sermones y falsas plegarias. Además de tener que enfrentar los tropezones y consecuencias de una adicción, hay que lidiar con las acusaciones y sentencias que emanan de estos “santurrones” que se escandalizan de todo y lanzan ataques de ansiedad piadosa, al que se les ponga enfrente. Mientras que un adicto requiere de sentirse escuchado, comprendido y bien encaminado, para salir adelante. Los moralistas toman la ruta de poner soluciones drásticas , acompañadas de severas condenas. Y cómo se sienten estar en lo correcto, regularmente quieren corregir a todos e imponer sus juiciosas ideas, para obligar a que se ejecuten sus soluciones en la familia. Hay muchas cosas incomodas en la vida familiar, como también las hay muy positivas y agradables, pero la de ponerse a discutir y jalonear con un familiar acusador y peor aún cuando este resulta “sabelotodo”. Es un camino estéril y agotador. La receta a seguir, en caso de tener a un moralista acusador y además sabelotodo y fundamentalista, es de plano no hacerles caso. Seguro se va a molestar y entrará en franco enojo y seguirá usando su dedo acusador para intentar forzar las cosas a que se haga su voluntad. Pero lo más importante es sacar al adicto adelante y sin su voluntad y conciencia no se va a poder lograr. Y lo que menos queremos en estos casos, es que se hundan más en la culpa y sientan que son fracasados y pecadores. Hay que recordar que antes de ver la paja en el ojo ajeno, hay que ver la viga en el propio.