Ideas | Lluvias panamericanas Por: Guadalupe Morfín 15 de julio de 2011 - 02:00 hs Llovió toda la noche. Era más que un murmullo. Al despertar hacía fresco: un alivio de los días precedentes. Desde dos cuadras antes de cruzar la Avenida Patria, por Los Colomos, vi las piedras, las ramas y el lodazal salidos del cauce ancho y profundo en que quisimos atrapar el arroyo: pero el agua reconoció sus caminos y lamió hasta el amanecer la cuesta de Zapopan. Brigadas de jornaleros apaleaban el barro casi blanco, hecho ya polvo con el Sol; quitaban escombro, no se daban abasto. Eso fue el primer día de tormenta. Luego, dejaron de plano el lodazal pegado al pavimento por toda la zona y también hacia el Trompo Mágico. Se avanza en auto dando tumbos entre agujeros hondos que dañan carrocerías y espaldas. Dicen que nos seguiremos inundando en cada temporal y que esto es así porque se alteran cauces naturales, y se edifica cuenca arriba, ahí donde se surte de agua a Los Colomos. Que cada trazo en falso, es decir, sin reconocer las cicatrices de una tierra, pródiga con el agua los veranos, será un peligro más para peatones, ciclistas, automovilistas, personas y casas cuenca abajo, cerca de la Basílica, por Plaza Patria o por Atemajac, y que no habrá imagen sagrada que nos salve si no se reconocen las características de nuestro suelo, como antes solía hacerse al autorizar las urbanizaciones. Pero es que la voracidad es también propia de la época, y si antes teníamos los mejores elotes de la República, ahora tendremos los condominios mejor vendidos cuando pasen los Juegos Panamericanos, justo junto al bosque, ahí donde antaño estaba prohibido construir. No es que me den miedo las tormentas; en casa eran motivo de fiesta, pues mi papá se dedicaba a instalar pararrayos, y cada trueno era el feliz anuncio de las llamadas al día siguiente para solicitar el artefacto que disiparía las temibles descargas electrostáticas a través de las hermosas puntas diseñadas en Alemania y fundidas aquí, con aleaciones mejoradas por el abuelo desde mediados del siglo pasado. No, qué va; las tormentas nos hacían, literalmente, los mandados en casa: gracias a ellas comíamos, estudiábamos, leíamos y viajábamos. Y de paso, supimos algo de metales desde niños: aluminio, cobre, bronce; níquel, cromo y oro. No; lo que me da miedo es la impericia de quienes dan los permisos; su codicia, su afán de ganar mucho y pronto, aunque nos llenen el viejo Bajío de edificaciones que cada vez vayan comiéndose la zona que alimenta de agua a una parte de Guadalajara. Tras muchos errores, porque era mejor arreglar la zona del Agua Azul, o revivir la vieja Zona Industrial, o de veras acabar de hacer bien lo del Parque Morelos, acabamos todos en mi tierra, que dizque es de gente valiente, amordazados por un tal señor Vázquez Raña. ¿Y así quieren que festeje los Juegos Panamericanos? Ni que me quisiera ahogar. Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones